Por David Lorenzo

En la actualidad es muy común encontrarnos en las zonas rurales canarias tuneras o chumberas. Tan frecuentes son que casi nos parecería que han formado parte del paisaje de las islas desde siempre. Pero no es así.

Su origen tiene lugar hace doscientos años. Ya anteriormente existían algunas de ellas. Pero se incrementaron el número de tuneras a principios del siglo XIX para dar lugar a una nueva producción proveniente de México, la de la cochinilla. Se trata de un insecto que se alimenta de este tipo de plantas. Era un producto muy valorado y cuyo precio de venta era bastante alto.

La cochinilla, una vez secada y machacada tenía color carmín, muy difícil de conseguir en la naturaleza y por tanto muy valioso. Era fácil de vender a las empresas textiles como tinte, por lo que el mercado estaba garantizado. Pronto se convirtió en el producto agrícola mayoritario en las islas (monocultivo). El motivo era la caída en las ventas de vino y de la poca azúcar de caña que se seguía vendiendo en Canarias.

Su introducción fue promovida por la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Santa Cruz de Tenerife, quien veía una importante salida comercial a la cochinilla. No les faltaba razón. Fue tal en impacto que pronto empezó a exportarse en grandes cantidades. La cochinilla era fácil de recolectar (solo era necesario plantar tuneras, que no necesitaban apenas mantenimiento y encima daban frutos).

También se podían plantar en lugares pedregosos y no era necesario regarlos con agua. De forma que el mantenimiento era mínimo. Esto permitió que familias humildes con pocas tierras pudieran ganar algo de dinero y así evitar el hambre.

El sistema de plantación era sencillo. Se solía hacer en hileras rectas, separadas en torno a dos o tres metros. Se solía cortar las pencas de la parte inferior, con el objetivo de que su crecimiento fuese en altura. Una vez hecho esto (proceso que podía durar unos años) se introducía la cochinilla en la planta (proceso conocido como “disemillar”).

Durante tres meses después de haber disemillado se esperaba a que la cochinilla se reprodujera. Por lo general la indicación más clara era que el insecto empezaba a soltar polvillo blanco. En este momento se recogía y era secado. Algunas veces era al sol y otras usando hornos preparados para ello.

Finalmente, una vez secada la cochinilla, era guardada en sacos y vendido por kilos (en ese momento se podía vender a buen precio). Los principales compradores de cochinilla canaria eran los británicos, quienes llegaron a retirar los aranceles a este producto. Pero también tuvieron la competencia de los franceses, muy interesados en este valioso tinte.

Sin embargo todo tiene un fin. Durante una etapa dorada de venta de cochinilla que duró 21 años (1845-1866) entró en decadencia a partir de 1862. Ese año, en la Exposición Internacional de Londres se vieron los avances de los tintes artificiales. Pocos años después se logró el carmín artificial o químico, que puso fin a la exportación de cochinilla.

Un fin injusto para un producto que llegó a suponer el 90% de las exportaciones canarias y que sin embargo perdió el mercado rápidamente. Con esta caída tan brutal de la venta de cochinilla las islas volvieron de nuevo a una etapa de importante recesión económica y miseria. Solo empezará a verse de nuevo crecimiento económico unos años después, con la introducción del plátano y el tomate.

Para saber más:

  • González Lemus, Nicolás (2001) “La explotación de cochinilla en las Canarias del siglo XIX. En ARQUIPIÉLAGO. Historia. Ponta Delgada: Universidade dos Açores
  • Sanz Antón, Juan (1950) “Un Capítulo olvidado del ayer económico canario: La cochinilla”. En Estudios Geográficos. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas