Por Francisco Javier Torres Del Castillo*

Ilustración por Ilustre Mario

Estos días atrás, también semanas, han sido muy intensos.

Atónitos, muchos de nosotros hemos contemplado apasionados momentos que sumaban numerosos enfrentamientos, todos llenos de negativa rivalidad… Una explosiva fricción que se ha transformado en una destructiva competición.

Todos estos aspectos son propios del hombre, de la Humanidad. El dolor, la alegría, la pasión, la mentira. Son sentimientos propios del ser humano, comportamientos que en otras tantas ocasiones se enfrentan a la razón.

Sin embargo, muchas de estas conductas, tal vez todas, al igual que sus consecuencias han sido estudiadas una y otra vez. Trabajos publicados desde distintas ópticas y posiciones, creando manuales que parecen caer en el olvido permitiendo, nuevamente y de forma reiterativa generación tras generación, volver a cometer los mismos errores en distintos y apasionados momentos pero con la misma confusión.

En febrero de 2001, hace más de dieciséis años, un amigo me regalaba un precioso libro, uno de esos manuales que les comentaba líneas atrás. Esas páginas me acompañan a la izquierda mientras tecleo suavemente las teclas de las letras que completan este texto.

Escribo y lo observo. Entre las primeras páginas, escrita con tinta negra, la dedicatoria. En la portada, el título: Manías, Pánicos y Cracs. Su autor, Charles P. Kindleberger.

Este manual de los manuales de economía, es considerado por algunos como el mejor libro de finanzas de la historia y es, por lo tanto, casi despreciable recomendar su lectura.

El autor hace referencia a la teoría del más tonto y por un momento pensé que me podría servir para entender lo que está ocurriendo en Cataluña, aunque debí descartarla, porque en el caso que nos ocupa, sería la teoría que acabó en película: Dumb and Dumber (Dos tontos muy tontos) pero conforme han pasado los días los tontos se han multiplicado. Son cosas que pasan, de las matemáticas y las potencias.

Les aseguro que lo seleccioné, al observar atónito cómo ejemplares economistas, hombres con racionalidad contrastada en numerosos libros y estudios, perdían la razón, el sentido común y se dejaban envolver por la pasión de sus ideas políticas y, desorientados, eructaban necedades que siempre son posibles de justificar, logrando así que se oscureciera todo.

Todo gris, poco a poco así queda. Qué amplia es la gama de grises cuando desaparece el color, cuando la luz es solo un pequeño hilo. Así estamos, sin luz.

He tenido que esperar al nuevo premio Nobel, a Richard H. Thaler, para entender lo que ya dijo otro hace mucho tiempo: solo sé, que no se nada.

Thaler cree, como también nosotros, que lo racional no siempre prima a la hora de tomar decisiones y aunque sus contribuciones “han construido un puente entre los análisis económicos y psicológicos de la toma de decisiones individuales” parece que no nos llegan a servir.

Nos ha hecho incorporar nuevas ideas sobre la psicología humana al análisis económico, dotándonos a los economistas de una mayor riqueza de herramientas analíticas y experimentales para comprender y predecir el comportamiento humano, pero parece que no nos sirven.

Todo está muy oscuro, pues no somos capaces de tomar decisiones racionales en términos económicos,  y tampoco podemos ser capaces de tomarlas en otros aspectos, como los políticos.

Quizás solo se trata de una rebelión, como aquella bien conocida por los amantes del cine, donde existía un tiránico capitán llamado William Bligh a bordo de la Bounty. El buque zarpó con la misión de recoger árboles del pan para trasplantarlos en las colonias inglesas del Caribe. Pero un día, el segundo oficial Christian Fletcher, se amotinó y Bligh fue abandonado en un bote con 18 de sus hombres. En una hazaña espectacular, este llegó a las costas inglesas mientras Christian buscó refugio en una isla del Pacífico. El cine y la versión oficial muestran a un Bligh inflexible que maltrató a su tripulación y a un Christian heroico e idealizado.

Con el paso del tiempo, la oscuridad fue perdiendo fuerza frente a la luz y la verdad, a tenor de lo investigado, fue bien distinta. Bligh era un honorable y brillante marino preocupado por sus hombres, a los que procuró incluso un violinista para amenizar las travesías. Qué distintas se ven las cosas cuando no existe luz.

Quizás en nuestro país, lo que ocurre es una rebelión. Como diría nuestro nuevo y flamante Premio Nobel: “Le damos demasiada importancia al presente y eso es un error”. Aprendamos del pasado, busquemos la luz, esta quizás llegará en Navidad.