Por Francisco Javier Torres del Castillo* Director Regional de Renta 4 Banco

Ilustración por Ilustre Mario

Esta expresión, conocida por todos, la solemos utilizar cuando algo no ha salido como esperábamos. Podrían imaginar que quizás les voy a entretener con historias de inversiones soñadas, de rentabilidades formidables que acaban como el rosario de la aurora, otra expresión popular que empleamos cuando prevemos que algo va a terminar de forma desastrosa. También pueden intuir una historia sobre aquella inversión que después de un tiempo y ya con cierta ansiedad, vendimos al decepcionarnos.

Pero esta decepción no es realmente grande hasta que una semana después, tal vez días, o incluso horas, observamos cómo aquella inversión soñada de la que finalmente nos hemos deshecho, sube de forma espectacular y quedamos asombrados, boquiabiertos, atónitos, impotentes… sin duda, nos salió el tiro por la culata.

Y de eso se trata, de la mala pata.

Queridos pasajeros, no lo oculto, es público y lo sabe bien el editor de esta revista, también algunos de ustedes que viajan con frecuencia y que además son amigos. Algunos me leen y otros no, pero esa es la magia de escribir, pensar que al menos una de las personas que envuelven entre sus manos este ejemplar pueda pararse por un momento y empezar el complejo de momento de leer, de concentrarse en las letras y desear continuar flotar con ellas.

Mala suerte también es, cuando tomándote unos días de descanso durante ese caluroso agosto en un rincón maravilloso de nuestras islas, un pequeño inconveniente de salud nos obliga a realizar durante algunas jornadas visitas no deseada a un hospital. Recuerden aquello de que la salud es lo más importante, luego el dinero.

Afortunadamente se trató solo de eso, de una pequeña incidencia que me obligó a madrugar en exceso y que rompió durante unos instantes ese momento donde el mar, el paisaje y la paz son los protagonistas.

Les prometo que eso no es tener mala pata.

Hacía tiempo que no se daba la circunstancia de encontrarme con un autoestopista, pero el lugar llamaba a pararse. Algo incomunicado, poco o nulo transporte público, un stop, una persona de edad madura con buen aspecto…así que decidí ofrecerle un asiento.

Ya en el automóvil, resultó su destino coincidir con el mío y al cabo de unos largos instantes para romper cierta tensión, inicié una conversación de cortesía. Según me contó en el trayecto, era una mujer que aunque llevaba muchos años en Canarias, tenía origen extranjero.

La conversación nunca fue cómoda. Rígida, con tono seco y cortante y a la hora de expresarse, me mantenía de igual forma con respuestas básicas y sencillas, casi monosilábicas. Probablemente no era su mejor día.

De pronto, realizó la pregunta:

-“¿Usted a qué se dedica?”

Durante unos mini segundos dudé en que responder, aunque finalmente, sin concretar, se lo dije.

-“Trabajo en la  banca” (sin detalles, con baja voz y con el deseo de que prefiriera cambiar de tema)

-“¿Trabaja en Bankia?”

-“No, trabajo en la banca pero no en Bankia”.

-“¿En dónde trabaja?” (Me preguntó con insistencia y como detectando mi escaso interés en responderle, a la vez que demostraba una cierta antipatía hacia el sector y ya también hacia mí).

-“Ejem…”, (carraspeé, incomodado por la conversación) “Trabajo asesorando a clientes de forma directa, mi principal tarea es ayudarles a preservar su ahorro e intentar hacerlo crecer con el paso del tiempo”.

Fijé bien fuerte mis manos al volante y no despegué la mirada de la carretera esperando una respuesta que diera fin a ese asunto.

-“¡Ahhh! Entonces se dedica a invertir el dinero de otros. ¿Verdad?”

-“Sí, bueno, algo así”.

¡Dios! ¡Ya está! ahora vendrán (y vinieron) los topicazos.

-“Entonces si le doy un dinero, ¿Qué rentabilidad me obtiene?”

-“Bueno, eso no es exactamente así, para poder asesorar bien tengo que conocer el perfil de riesgo del cliente, los objetivos que quiere tener y otras cosas que ayudan a tomar las decisiones más adecuadas”.

-“¡No le he preguntado eso!”, (me interrumpió con un tono alto y brusco). “Le he preguntado por la rentabilidad que me daría en un año. ¿Qué acción tengo que comprar para ganar dinero?”

A partir de ese instante la conversación se fue complicando, mis manos estaban pegadas (con silicona) al volante y mi cabeza trabajaba para intentar explicar que comprar sola acción es una mala decisión de inversión, que concentrar los ahorros en un valor puede significar algunos sustos no esperados que traerán decisiones precipitadas o incluso perder una parte importante de los ahorros.

Lamentablemente, aquello fue de mal en peor, mi autoestopista sabía muy poco de finanzas con una idea errónea con un juicio y sentencia sobre cómo funcionan los mercados y los que nos dedicamos a ellos.

Pocos minutos antes de llevarle hasta el mismo punto a donde se dirigía, se despedía de forma adelantada con una frase que me dejó aún más petrificado en el asiento.

-“No me ha gustado nada de lo que me ha dicho, creo que no tiene ni idea, y además, si yo fuera su cliente no le compraría nada”.

El bofetón fue con la mano abierta y en toda la cara.

Ese día recordé dos lecciones básicas y simples. La primera, que tú seas cortés no significa que el otro lo sea y si pones la otra mejilla, es muy probable que también te sea sacudida.

La segunda es mucho más interesante, y es que las finanzas, el ahorro, los productos bancarios, siguen siendo cosas muy complicadas de entender por la mayoría de las personas y lamentablemente, todas las entidades financieras tienen mucha de responsabilidad, además del propio sistema formativo.

Es difícil explicar bien las cosas y además es necesario tiempo, pero tristemente se ha preferido pasar de puntillas, cuando la realidad era y es mucho más compleja.

De cualquier forma, el tiro me salió por la culata.