Por Carlos Fuentes

Entre la panoplia infinita de talabarteros que trabajan el cuero, ebanistas de maderas de tuya y cedro, tejedoras de lana o seda y simples chamarileros de ocasión que abundan en la vieja medina de Marrakech, la ciudad del sur de Marruecos atesora también a un nutrido grupo de artesanos de la pintura sobre metal. En placas de zinc, estos expertos de vuelo artístico plasman diseños contemporáneos, pero no dejan de trabajar con señales que, si hay suerte en la venta cotidiana, terminan por colgar en domicilios, despachos de trabajo o salones de miles de visitantes que llegan cada año a la ciudad roja.

Muchas calles de Marrakech todavía conservan señales de tráfico o simples nombres del callejero confeccionadas con placas metálicas, pero la tradición no es tan antigua como parece. En el corazón de la medina, en el riad Zitoun Lakdin, Mohamed Aziz vende en una pequeña tienda en la que ya trabajaron su abuelo y su padre. “En Marruecos muchos oficios pasan a los hijos“.

Cada día, atento al paseante, Aziz vende placas metálicas con ilustraciones que van desde el letrero de bar a profesiones como médico, chófer, abogado o periodista. Y no hace falta más promoción que el mosaico de placas de colores que cuelgan en la puerta de su negocio familiar. “Quizá no sean una antigüedad“, explica, “pero por unos pocos euros el turista se puede llevar un recuerdo personalizado que, te lo aseguro, podrá conservar toda la vida“.