Aranzazu del Castillo Figueruelo

28 de agosto. Última semana de un mes anormalmente caluroso y para muchas personas también última de las ansiadas vacaciones de verano. Ese mes que parecía eterno y con posibilidad para dar cabida a mil y un proyectos ha tocado (casi) su fin. A la mayoría nos ha cogido desprevenidos, pese no habernos quitado el reloj, ni el calendario de la cabeza ni aun queriendo.

Con suerte habrás cumplido una parte importante de tu “wish list” del verano. Las personas a las que querías ver o con las que querías compartir un buen rato, los sitios que no podías dejar de visitar de tu isla y las tareas y proyectos pendientes que nunca encontraban espacio en el ajetreo del día a día.

Sea como fuere, date por satisfecho. Las vacaciones son, entre otras cosas, para perder el tiempo. Son para divagar y explorar, pero sin necesidad de concretar. También son momento para recargar pilas y llenarse de energía. Nuestro deseo de sentirnos vivos y estar continuamente activos hace que a menudo olvidemos este último hecho, haciendo de fines de semana y vacaciones una suerte de maratón que deja exhausto a cualquiera para la vuelta a la rutina.

Tanto si has disfrutado de un mes completo, como si solo lo has podido hacer durante una corta semana, si hay algo que tienen las vacaciones es que siempre vienen con un regalito al terminar: la “depresión” postvacacional. Este sentimiento generalizado que en absoluto cumple con los criterios diagnósticos para un trastorno psicológico se produce como consecuencia del fuerte contraste al que nos someten las circunstancias, el cual nosotros mismos tendemos a intensificar con pensamientos y acciones. De manera natural, dejamos de tener contacto con personas, lugares y actividades altamente gratificantes, al menos, con la frecuencia con la que lo tenemos durante las vacaciones. Después, olvidamos rápido la brisa fresca del verano y todo lo que vino con ella y nos vestimos con ese traje gris de ejecutivo para que nos ayude a recuperar la socialmente valorada “productividad”.

Además, no debemos olvidar que seguimos estando en el mes del sol y las altas temperaturas. El clima y el entorno invitan a continuar disfrutando de las actividades al aire libre y desalientan cualquier buen propósito de sentarse a trabajar entre cuatro paredes opacas (aunque con ventanas, gracias).

De esta manera es lógico que nos sintamos ligeramente desanimados. ¿Hay alguna manera de sortearlo o solo nos queda sufrirlo un año más?

Como decía, el contraste entre nuestro estilo de vida “vacacional” y “no vacacional” es evidente y necesario. Pasamos del caos y la dispersión a la rutina y el orden y esto facilita, entre otras cosas, que nos centremos y que consigamos cosas que son importantes para nosotros. Nos acostumbramos rápido a lo bueno y es lógico que nos cueste dejarlo. Después, está en nuestra mano (y en nuestra cabeza) martirizarnos más o menos. Ahí van algunos de mis trucos para llevar mejor la vuelta a la rutina y al trabajo tras las vacaciones, espero que a ti también te resulten útiles:

  1. Termina con buen sabor de boca tus vacaciones (una actividad interesante, una velada con buenos amigos, etc.)
  2. Empieza de manera gradual tu trabajo. No intentes resolver todo el primer día, planifica y prioriza.
  3. Incorpora a tu día a día algo que hayas aprendido durante las vacaciones (un nuevo hábito, una manera de resolver problemas, etc.)
  4. Emplea pequeñas ayudas: calendario, papelitos, alarmas, recordatorios, etc. Tu cerebro necesitará un tiempo para ponerse a tono.
  5. Tómate la libertad de revivir con la imaginación tus recuerdos veraniegos… ¡y disfrútalos!
  6. Planifica un premio a corto/medio plazo. ¿Crees que tienes que esperar un año entero para permitirte un nuevo respiro, aunque sea pequeño?
  7. Emplea el humor: comparte “las penas” con tus compañeros de trabajo y tus amigos.
  8. Estira el verano. El tiempo acompaña y los fines de semana siguen existiendo, ¡aprovéchalos!