Por Francisco Javier Torres del Castillo

Ilustración por Ilustre Mario

Son recuerdos de niñez, en algún lugar estaban aún escondidos y como siempre ocurre, especialmente cuando me enfrento al solitario folio blanco, aparecen de pronto, correteando entre ideas que parecían ser geniales y sueños a veces tormentosos. Solía ser en tardes de verano, todo era muy sencillo; dos o tres grupos de mocosos de entre ocho y trece años, liderados normalmente por los más macarrillas, los más fuertes o los de más de edad. Cada grupo era una patrulla, dos siempre mejor que tres.

Jugar era la idea y nos enfrentábamos unos a otros, de eso se trataba, creyendo ser unos magníficos espadachines, unos heroicos policías, o tal vez, unos ladrones más heroicos aún. Así era nuestro mundo.

Formidable cuadrilla la nuestra, juntos todos éramos un potente grupo, podríamos ser unos veinte, pero cuando nos uníamos éramos un equipo formidable, un panda de veinte, una patrulla tremenda. Siempre contábamos con alguna novedad, incluso con ese vecino, que siempre aparecía en verano y nunca supimos de donde venía, pero que acabó siendo un invitado permanente.

Cuando la noche regaba las calles y el silencio nos escoltaba, buscábamos un oculto lugar para jugar a verdad o consecuencia, algo así como el interrogatorio deseado, donde existe la posibilidad de no responder a la pregunta inesperada y arriesgarse a mentir o preferir entonces un castigo, quizás una recompensa.

Esas sensaciones que recuerdo no serán las de otros tantos personajes, probablemente el mismo número, más o menos. Esos otros se suelen reunir con el sobrenombre de G20. Quizás podrían formar una tremenda patrulla, pues son los representantes de los países más relevantes del planeta, y sus primeros mandatarios (los más macarrillas) se reúnen una vez al año.

 

Todos juntos, jamás olvidan posar en esa iónica foto de grupo. Viajan buscando un privilegiado lugar donde encontrarse y ocultos dicen dialogar de numerosos, diversos y estratégicos asuntos para el planeta. Pero suelen ser siempre los mismos: La economía -la suya-, los asuntos claves -los suyos- entre los que destaca el sistema financiero mundial –también el suyo-.

Definitivamente, no son una patrulla, dicen ser un foro informal, tampoco son mis amigos de la infancia. Sin embargo, representan el 80% del PIB, el 75% del comercio y cerca del 70% de la población mundial.

Puede parecer que su idea es jugar como era la de mis amigos, enfrentándose los unos a los otros, pero ellos no juegan, tan solo concilian, y así llegan al compromiso de aprobar unas declaraciones finales, que son medias verdades con aroma de unanimidad, acuerdos que nunca cumplirán, justificando afirmaciones que cambiarán con el paso de los días.

Aunque tú no lo sepas, su juego es más parecido al Monopoly y aunque alguno regrese a la casilla de salida, poco probable es que alguno conozca la casilla de la cárcel.

Hace algunas semanas en Hamburgo, la división entre ellos fue retratada con crudeza y el aislamiento de uno de sus cabecillas, en referencia a políticas medioambientales generó potentes titulares.

Sin embargo, no perdamos el norte, las líneas de la batalla están dibujadas en otro mapa, el escenario está preparado para un enfrentamiento entre una América proteccionista y una Alemania de libre comercio.

Merkel, anfitriona de la cumbre, golpeará el tambor para el libre comercio, condenando a Trump y a las fuerzas del proteccionismo. No hay duda de quién tiene el mejor argumento, pues la creencia de que los aranceles nivelarán el tablero de juego es ingenua y peligrosa, reduciría la prosperidad para todos. Pero en un aspecto al menos, Trump ha trasladado una verdad incómoda: el insostenible superávit comercial alemán es el mayor del mundo.

Alemania ahorra demasiado y gasta demasiado poco. Y el tamaño y su persistencia de ahorro hacen que sea un torpe defensor del libre comercio. Es una imperfecta armonía y los efectos secundarios adversos del modelo son cada vez más evidentes. La economía alemana y el comercio global están peligrosamente desequilibrados, ejerciendo una presión excesiva sobre el sistema mundial de comercio. Para compensar, el resto del mundo debe pedir prestado y gastar con igual esfuerzo.  Ángela y sus compatriotas deben entender que los superávits son en sí mismos una amenaza para la legitimidad del libre comercio y para la patrulla mundial.

Nosotros hoy somos una cuadrilla voladora y leyendo disfrutamos de este tremendo paseo.