Aranzazu del Castillo Figueruelo

La historia habitual. La del dicho de los polos opuestos se atraen. Imaginemos dos personas, Juan y Lucía, que se encuentran por casualidad entre un millón de posibles parejas candidatas en el mundo. El uno poco tiene que ver con el otro y viceversa. Desde fuera se diría que son como el agua y el aceite, imposibles de mezclar. El enlace parece improbable, pero lo novedoso siempre atrae la atención humana y así, Juan y Lucía acaban animándose a curiosear. Descubren lo que el otro es y lo que cada uno de ellos no es. Así fue cómo comenzó todo, cómo se juntaron y se arremolinaron en perfecta armonía los protagonistas de esta historia, que podría ser, por cierto, la de cualquiera de nosotros. Juan y Lucía se complementaron, sin dejar de ser ellos mismos y sumaron a lo que cada uno era lo que el otro le aportaba. Ella veía en él la frescura, las ganas de vivir, la improvisación. Él en ella la seguridad, la calma, la estabilidad. Esas características constituían la esencia del otro y eran, precisamente, lo que les atraía del otro.

Después del subidón de los primeros meses en pareja comienzan a aparecer algunos gestos y comportamientos que no nos gustan tanto. Al principio tolerables, luego, irritantes. El lenguaje en este punto es poderoso y capaz de transformar realidades. De esta manera, lo que antes se entendía como ganas de vivir, ahora se etiqueta como infantil y lo que antes se consideraba seguridad, ahora se renombra como ser una persona cuadriculada.

Las etiquetas y las acusaciones no suelen ser útiles para conseguir objetivos y en el caso de las relaciones humanas menos todavía. Las personas somos como pequeños mundos de gran complejidad. Reaccionamos mal a los intentos de encorsetamiento, más aún cuando provienen de personas significativas de nuestro entorno, como puede ser nuestra pareja. Una cosa es ser previsora y tener habilidades de planificación y solución de problemas y otra muy distinta que nos pasemos el día tratando de controlarlo todo. Lo interesante es que podemos elegir cuándo hacerlo y cuándo no. Normalmente, salvo patología, las personas no son siempre de una misma manera, sino que oscilan según la situación -aunque eso sí, dentro de una tendencia. Generalizar a través del uso de una etiqueta (“eres un pasota”, “eres una controladora”, etc.) sitúa el foco del problema directamente en el otro y solo puede desembocar en una respuesta… intentos de defenderse.

¿Y de qué manera se defienden las personas? Si hemos llegado hasta este punto, lo habitual es que nos encontremos en medio de una especie batalla campal, donde las acusaciones son disparadas en uno y otro sentido como si de balones se tratara. Cada miembro de la pareja ve el origen de los problemas de la relación en una característica deficitaria del otro. En consecuencia, se ve obligado, no solo a informar a su pareja, sino también a corregirla y reeducarla por su bien y por el de la relación. ¿Estás seguro de que es por su bien? ¿…Por su felicidad? ¿…O por tu bienestar y tranquilidad? ¿Qué es lo que te molesta tanto de lo que hace el otro?

Esta guerra suele ir escalando gradualmente. Las expresiones se vuelven más categóricas (etiquetas más generalizadas) y menos conectadas con la realidad del día a día (“eres insoportable” “no te aguanto”). Además de las acusaciones bidireccionales, en un intento de reafirmarse, las personas suelen extremar su postura, aunque esto suponga apartarse de cómo a ellos les gustaría ser. Esto significa que, el que es planificado, se vuelve rígido y el que es liberal, se vuelve rebelde y desafiante, por poner algún ejemplo.

Las relaciones de pareja no son un camino de rosas, pero tampoco deberían ser un camino de espinas. Las diferencias entre las personas no solo son normales, sino que además son interesantes y necesarias. Sin ellas la vida sería muy aburrida y plana. Con frecuencia rompen esquemas y ayudan a crecer. No necesitamos una persona con la que coincidamos al 100% en todo, aunque es cierto que, esto hará mucho más fácil la conexión y reducirá el número de conflictos.

Más que pretender encontrar a alguien que sea nuestro clon o esté dispuesta/o a ceder y aprender todo de nosotros, deberíamos ser capaces de detenernos antes de meternos en esta batalla campal de la que he hablado. Pararnos y mirar: ¿qué ha llevado a mi pareja a ser tal y como es? ¿hasta qué punto las cosas que piensa y hace son incompatibles con lo que yo quiero en mi vida? ¿Es su forma de ser estable o quizá la forma en que ha reaccionado a mis intentos por cambiarlo/a?

            La comunicación es básica. Poner sobre la mesa los sentimientos y pensamientos propios, evitando acusar al otro, fundamental. Reflexionar sobre los propios valores y sobre los límites que uno no está dispuesto a traspasar, esencial. La solución a menudo conlleva una combinación de aceptación genuina y cambio de algunos aspectos conflictivos (p.ej., mensajes más concretos) por parte de ambos miembros de la pareja.