Aranzazu del Castillo Figueruelo

“Los seres humanos somos seres sociales por naturaleza”, o al menos, así lo decía el filósofo Aristóteles. El lenguaje es un ingrediente clave en la comunicación entre personas. El desarrollo de esta habilidad se produjo probablemente gracias a los cambios que ocurrieron en el cerebro humano y en las capacidades mentales y nos diferenció como especie del resto de los animales. El origen de la misma ha sido muy discutido y aún sigue sin definirse claramente. Una línea de estudios señala como punto de partida al continente africano hace más de 60.000 años, antes de que se produjera la gran migración. Estudios recientes relacionan los gemidos que emiten los bonobos -la especie de chimpancé más próxima a los seres humanos- a los sonidos que producen los bebés. Sugieren que esta especie, podría ser el peldaño intermedio entre los rugidos animales y el lenguaje humano moderno. Ha llovido mucho desde entonces… ¿no deberíamos ser entonces expertos en la comunicación? ¿Por qué se producen tantos malentendidos y confusiones entre las personas?

Hay muchas razones por las que la comunicación entre dos o más personas puede fallar. A menudo, lo que queremos transmitir no llega al receptor de la manera en que pretendemos que lo haga, como ocurre de una manera cómica en el juego del teléfono. Las barreras en la comunicación son aquellos aspectos o condiciones que interfieren en el intercambio efectivo de ideas o pensamientos. Saber que existen es el primer paso para conseguir una comunicación correcta.

¿Cuáles son estas barreras?

Para que la comunicación ocurra son necesarios, como mínimo, tres elementos: un mensaje (información, idea, intención, etc.), un emisor (quien da la información) y un receptor (quien recibe la información). Esta diferenciación nos ayuda a identificar posibles fuentes de distorsión. No obstante, es bastante artificial, pues la velocidad a la que se producen las conversaciones hace que el flujo de información se mueva continuamente de un lado a otro. Precisamente, esa velocidad es muchas veces parte del problema.

Las barreras pueden aparecer en cualquiera de estos elementos (emisor, mensaje, receptor) o en el ambiente en el que se produce la interacción. Hay barreras físicas como el ruido, el tiempo que tenemos para conversar o la distancia respecto al receptor que dificultan que el mensaje llegue correctamente. También puede existir alguna discapacidad sensorial (p.ej., sordera) que contribuya a crear malentendidos. El uso de jergas o lenguaje muy técnico -en definitiva, no adaptado al receptor-, el idioma o el acento diferente o el uso de palabras homófonas u homónimas constituyen otra fuente típica de interferencias (barreras del lenguaje). A nivel individual pueden funcionar como facilitadores o inhibidores de la comunicación el estado psicológico en el que se encuentran los participantes (estresados, calmados, tristes, etc.), las expectativas y prejuicios, el nivel de interés y atención hacia el otro, la experiencia previa, el nivel de tolerancia hacia formas de pensar opuestas y la habilidad para reconocer y expresar emociones.

Comunicarse efectivamente implica tener interés por la otra persona y por su mensaje y por tanto, prestarle atención; comprender adecuadamente la información que nos transmite y aceptarla -emocionalmente-, sea congruente o no con nuestras expectativas y formas de pensar.

Además de conocer las posibles barreras, las siguientes son algunas de las herramientas que pueden ayudar a mitigar el efecto de las distorsiones que se producen en la comunicación:

  • Como persona que va a emitir un mensaje, primero piensa bien qué quieres transmitir. Adapta tu lenguaje a la persona con la que te estás comunicando de manera que sea fácil de comprender y lleve a menor número de errores.
  • Como persona que va a recibir un mensaje, adopta una disposición favorable para la comunicación, esto es, presta atención a la persona que te está hablando y al mensaje que te está enviando y practica la escucha activa. Esta implica hacer uso de técnicas que nos ayudan a comprobar que estamos entendiendo lo que nos dicen correctamente. Pedir aclaraciones de cosas que no comprendemos, resumir, repetir con nuestras palabras o reflejar cómo se puede sentir la otra persona son formas de escucha activa.
  • Especialmente, si lo que tienes que decir es algo importante o delicado elige bien el momento. Asegúrate de que ambos están en las condiciones psicológicas adecuadas, que tienen tiempo suficiente para hablar y que no hay demasiados distractores en el ambiente (p.ej., ruido). Facilita las condiciones para que puedan verse y escucharse correctamente. Lenguaje verbal y no verbal trabajan conjuntamente para procurar una comunicación eficaz, cuando uno de ellos es ambiguo, muchas veces el otro nos da información útil para clarificar el mensaje.