Arantzazu del Castillo Figueruelo

Aprender a decir que no es una demanda bastante común en las consultas de psicología. Para muchas personas resulta verdaderamente complicado negarse a las peticiones que les hacen sus amigos, su familia, sus compañeros de trabajo, su feje o, incluso, gente desconocida. Como consecuencia, ceden indiscriminadamente a todas y cada una de las solicitudes que les llegan desde su entorno, acumulando estrés e insatisfacción consigo mismos.

¿Qué tanto poder tiene este monosílabo como para que nos asuste tan siquiera pronunciarlo?

Saber rechazar peticiones es una destreza que forma parte del repertorio de una persona socialmente habilidosa. En relación con esta, también se suele hablar de asertividad, es decir, de ese estilo de comunicación equilibrado en el que uno respeta la opinión, necesidad y deseo propio, al tiempo que se respeta el del otro. Las cosas se comunican claramente -asertivamente-, de manera que no se acumulan en el interior, pero tampoco hieren al otro (sí, se puede).

Pero que un comportamiento sea considerado socialmente habilidoso o no va a depender en gran parte del contexto. Por eso, tener la habilidad de “decir no” no significa que tengamos que oponernos a toda petición que nos hagan. En función del momento, de la situación y de nuestro estado mental y físico habrá ocasiones en las que resulte más inteligente ceder o negociar que cerrarse en banda.

Decir que no nos parece legítimo (aunque no siempre acabemos haciéndolo) cuando lo que nos piden es injusto, desproporcionado o va claramente en contra de nuestros valores (“¿serías capaz de comprarme un barco?”, “¿por qué no practicamos nudismo en un parque?”, “¿por qué no haces este trabajo por mí y luego firmo con mi nombre?”). Sin embargo, aunque esto ocurra de tanto en tanto, no es lo más frecuente. Son las solicitudes razonables y moderadas las que más nos cuesta rechazar. Esas que consideramos justas pero que, por X motivo no queremos aceptar.

Nuestra capacidad para decir no también depende de quién nos esté pidiendo el favor. ¿Es un familiar? ¿un amigo? ¿un jefe? ¿un desconocido que pasaba por la calle? Hay personas que tienen dificultades para poner límites cuando quien hace la petición tiene algún poder sobre ellas. Para otros, en cambio, es más complicado negarle un favor a un buen amigo, pues entran en juego otros valores que vuelven aún más borroso el panorama (p.ej., lealtad).

Ceder siempre significa estar de acuerdo con la premisa de que los sentimientos, los pensamientos, los deseos y las necesidades del otro son más importantes que los de uno mismo. La balanza se inclina hacia la otra persona. Decir que sí a todo, independientemente de lo que uno quiere, es infra-estimarse. A corto plazo puede se esté evitando una situación desagradable (una mala cara, una decepción del otro, un gesto de sorpresa, un posible alejamiento…), pero a medio-largo plazo lo único que se consigue es acumular tensión y malestar. Nos dejamos cada vez más de lado, acabamos agotados -física y mentalmente- y muchas veces rabiosos con quien nos ha hecho la petición (¡Ojo! ¿te han obligado a decir que sí?).

No existe una explicación universal para esta dificultad, pues cada persona tiene su historia de aprendizaje particular. Probablemente la religión y la cultura hayan tenido algo que ver a través de mensajes machacones tipo “piensa en los demás antes que en ti mismo” o “haz por los demás lo que te gustaría que hicieran por ti”. Actualmente se nos fuerza al individualismo en extremo, a mirarnos el ombligo, a cultivarnos por fuera y por dentro… Y muchas veces no se cuenta con las habilidades para hacerlo sin herir o ser desconsiderado con el prójimo (nos vamos al otro lado de la balanza).

En el fondo, detrás de esta dificultad podría existir una necesidad de agradar a los demás y un miedo más profundo a la crítica, al rechazo y, en última instancia, a quedarnos solos. Es este el punto en el que puede trabajarse racionalmente: ¿es este el tipo de relaciones que quieres cultivar? ¿relaciones de abuso o en los que sientas que estás yendo continuamente a contracorriente de tus propios deseos? ¿Dónde el último en recibir un capricho eres tú? ¿qué es lo peor que puede pasar si no cedes a todas las peticiones que te hacen? ¿qué pasa si aceptas siempre, independientemente de que no te apetezca o te sientas muy cansado? ¿tiene algún tipo de efecto rebote?

El término medio. Toda relación implica ciertos momentos de ceder. A veces, cuando lo hacemos y negociamos, acabamos dándonos cuenta de que eso que pensábamos que era tan importante para nosotros no lo era tanto o, al menos, no era tan urgente. Pero de nuevo cuidado, pues los límites pueden volverse confusos y podemos acabar justificando tanto una tendencia (solo pensar en nosotros), como la otra (los demás siempre por delante).