Aranzazu del Castillo Figueruelo

La ballena azul, un cetáceo de apariencia pacífica y bonachona que, ciertamente, no lo es en absoluto. Ballena azul es también el nombre de un juego de rol que se ha convertido en fenómeno viral desde que hace tan solo unos meses viera la luz en territorio ruso. Cada día reta a menores de entre 12 y 14 años con una serie de desafíos que incluyen desde realizar el sencillo dibujo de una ballena y enviársela al administrador, hasta realizarse cortes en el brazo o peor aún… suicidarse.

Un juego nada inocente que constituye una auténtica situación de abuso, puesto que cada uno de los retos o instrucciones viene siempre acompañado de una amenaza si el participante se niega a realizar lo que se le pide (“o juegas o algo malo ocurrirá…”). Un auténtico desequilibrio de poder, dado que el administrador del juego permanece oculto tras la pantalla del ordenador, mientras que el menor está completamente expuesto a sus peticiones chantajistas.

La ballena azul es solo un ejemplo de muchos de los juegos que aparecen cada año en la red y que, por la curiosidad que generan, acaban convirtiéndose en fenómenos virales. Este, en concreto, ya ha dejado un número elevado de víctimas que, si bien no pueden atribuirse directamente al juego, si guardan cierta relación con él, al menos por el modus operandis que siguen. Los países más afectados, en los cuales se está encontrando una oleada de suicidios entre personas jóvenes, son Rusia, Brasil, Chile, Ecuador, Portugal y Colombia. En España, concretamente en Cataluña, se investigan actualmente algunos casos, por la posibilidad de que estén asociados a este mismo desafío.

Un ejemplo más de la vulnerabilidad de los usuarios más jóvenes de Internet cuando carecen de los conocimientos y las habilidades apropiadas, de cómo lo prohibido llama y de cómo la publicidad sensacionalista puede agravar un problema de este tipo.

A menudo se demoniza el uso de los juegos de internet y los videojuegos. Lo cierto es que no todos son malos, ni son negativos en sí mismos. De hecho, hay estudios que relacionan el empleo de videojuegos con el desarrollo de ciertas habilidades (p.ej., capacidad visoespacial). El caso de la ballena azul es distinto, pues, ciertamente, es difícil encontrarle algún tipo de cariz educativo. Al contrario, juega con la necesidad de los adolescentes de sentirse aceptado y de formar parte de un grupo significativo. Se aprovecha de este deseo, en un principio, y después del miedo, para, literalmente, jugar con sus vidas.

¿Prohibir? ¿Informar? ¿Prevenir? Como siempre digo, el juego está ahí y por mucho que uno quiera ignorarlo o evitar que llegue a los oídos de nuestros hijos/hermanos pequeños, estos acabarán escuchando hablar del mismo o directamente, por curiosidad, saldrán a buscarlo. Algunos medios de comunicación no facilitan la tarea puesto que, a menudo, utilizan el sensacionalismo para describir noticias de este tipo y mezclan la realidad con información poco contrastada. De esta manera, se infla la moda y la curiosidad por saber de que va y probar el juego aumenta.

No podemos controlar lo que hacen los demás (otros usuarios, medios de comunicación, etc.), pero sí lo que hacemos nosotros. A través de nuestra conducta como padres y/o educadores podemos influir en los menores y para ello, lo primero, es predicar con el ejemplo, haciendo un buen uso de internet y de todo lo que este nos ofrece. Algunos hablan de “higiene digital”, refiriéndose al establecimiento de límites temporales y espaciales en su uso y al conocimiento e implementación de medidas de seguridad de la información personal. En lugar de confiar en que nuestros hijos se mantendrán alejados de la ballena azul (o de otros riesgos del mundo digital) podemos aprovechar alguna noticia que salga sobre la misma para comentar con él los peligros existentes. Es preferible mostrarse abierto y disponible que prohibir y cerrarse en banda a la comunicación. De esta segunda manera solo conseguiremos que el niño mienta, oculte las actividades a las que se dedica en su tiempo libre y no cuente con nosotros cuando se vea en una situación de peligro potencial o real.