Aranzazu del Castillo Figueruelo

Hace algunos años, la Organización Mundial de la Salud (OMS) pronosticaba que en el 2020 la depresión se posicionaría como la segunda causa de enfermedad a nivel mundial, solo por detrás de las alteraciones cardiovasculares. Esta previsión no solo se ha cumplido, sino que además se ha superado y adelantado, al menos, tres años. Actualmente, la depresión constituye la primera causa de problemas de salud y discapacidad en el mundo. No entiende de edades, razas o historias personales. Cualquiera puede caer en su trampa.

Es responsable de altos niveles de sufrimiento a nivel personal y de alteraciones en el funcionamiento de quien la padece en las distintas áreas de la vida cotidiana (familia, amigos, trabajo, escuela, etc.). La tristeza intensa y persistente, la pérdida del interés en las actividades que antes se disfrutaban, la incapacidad para realizar las actividades diarias -todo supone un sobreesfuerzo-, los cambios en el hambre y en el sueño, las dificultades para concentrarse y los sentimientos de inutilidad, culpa o desesperanza son algunas de sus manifestaciones más evidentes. Cuando alguna de estas señales está presente en un familiar, amigo o persona cercana, resulta fácil intuir que puede estar cayendo en una depresión.

Se trata de un trastorno frecuente -más 300 millones de personas en el mundo lo presentan-, favorecedor de la aparición de otros problemas psicológicos (por ejemplo, ansiedad o consumo de sustancias) y físicos (por ejemplo, diabetes o enfermedades cardiovasculares) y un importante factor de riesgo para el suicidio, un problema social grave teniendo en cuenta que es 2ª causa de muerte entre las personas de 15-29 años.

Aunque existen tratamientos eficaces para su abordaje más de la mitad de las personas afectadas por la depresión no recibe la atención sanitaria adecuada. La escasez de recursos o de apoyo social y el miedo al estigma de los trastornos mentales son algunas de las razones que llevan a las personas a silenciar su sufrimiento. En consecuencia, el malestar experimentado por una circunstancia puntual puede acabar degenerando en un problema grave y crónico.

La depresión afecta a nivel individual, pero también supone un importante problema a nivel comunitario (gasto sanitario, bajas laborales, etc.). Esto ha llevado a la OMS ha desarrollar una fuerte campaña para su prevención. A través del eslogan “hablemos de la depresión” busca promover la búsqueda de ayuda en aquellos que pasan por un bache emocional que empieza a durar demasiado…

En el desarrollo del problema están implicados una serie de factores biológicos, sociales y psicológicos. La mayoría de las veces es una crisis vital (pérdida de un ser querido, de un trabajo, un problema de salud importante, etc.) lo que enciende la llama, aunque no siempre es tan evidente. A partir de esta, son las propias formas de responder ante el evento las que empeoran el estado de ánimo y derivan en nuevos problemas. Por ejemplo, es habitual que, movida por la tristeza y la apatía, la persona elija aislarse en casa, en lugar de continuar con sus actividades diarias en las que tendría la posibilidad de relacionarse con diferentes personas. De esta manera, limita las posibilidades de experimentar nuevas vivencias positivas y de obtener el apoyo social que, por otro lado, necesita, perpetuando su tristeza y desánimo.

Ahora bien, ¿es posible estar deprimido y parecer un torrente de energía? Sí. Sería este un caso de depresión más difícil de detectar, puesto que no presentaría los rasgos típicos de una persona deprimida. De nuevo, esto tiene que ver con la forma personal de responder ante las crisis y los eventos estresantes. El problema no es tanto la circunstancia inicial, la cual es normal que provoque tristeza o desasosiego, sino la manera de encajarlo.

Posiblemente estés pensando, “Entonces, ¿tampoco es bueno estar muy activo?”. Depende. Cuando el exceso de actividad es una forma de escape o huida -más elaborada que la de aislarse en casa- para no sentir, pensar y actuar, el problema no solo no se soluciona, sino que se perpetúa y agranda. Como ejemplo claro me viene a la cabeza ese tipo de personas que, después de vivir una situación realmente difícil, se lanzan a viajar por el mundo en solitario y sin límites. No digo que no sea una experiencia enriquecedora (debe serlo y mucho), pero habría que tener en cuenta los motivos que llevan a la persona a realizarlo y prever lo que se encontrará al retornar al lugar de origen para evitar un golpe aún más duro.