María Rita

Hace ya más de un mes que los canarios adelantamos los relojes una hora para meternos de lleno en el “horario de verano”. Cualquier modificación en nuestra rutina requiere a nuestro organismo un esfuerzo para adaptarse. Esta, en concreto, es capaz de trastocar nuestro “reloj interno” provocando problemas temporales como dificultades para dormir o pérdida del apetito. Sin embargo, a diferencia del cambio que hacemos en el mes de octubre, este que hemos hecho recientemente, se asimila con mayor facilidad, pues se asocia a buen tiempo y, generalmente, a emociones positivas.

Y es que la primavera, la sangre altera… Este dicho popular refleja la revolución hormonal que tiene lugar durante esta época del año, la cual se pone de manifiesto en el comportamiento de animales y, especialmente, personas. Esta revolución, no obstante, puede llevarnos por caminos distintos a unos y a otros. Por este motivo, trae consigo tanto la euforia, como los estados de ánimo depresivos.

En abril, aguas mil, para que se mojen los campos y se llenen de diversos matices de verde. Mayo, el mes de las flores, para disfrutar de sus colores y embelesarse con sus aromas. El sol sale con más frecuencia, los días cada vez son más largos y cálidos y comienzan las primeras fiestas populares… ¿Qué más se puede pedir?

Todos estos cambios, que generalmente van in crescendo, nos llenan de entusiasmo y energía. La luz nos anima a salir a la calle, a hacer ejercicio físico y a relacionarnos con los demás. Actitud expansiva. Es momento de socializar, de idear e iniciar proyectos y, también, de relajarse junto al mar. Nos sentimos más ligeros y con más capacidad para dejar ir aquellas cosas que nos pesan. Y todo esto… ¿Por qué?

La luz está implicada en la secreción de una hormona llamada serotonina, que está relacionada con el estado de ánimo (muchos la llaman la hormona de la felicidad). En la retina de nuestros ojos tenemos unos receptores especiales capaces de captar la luz y comunicar directamente con el cerebro para mandarle la orden de segregar dicha hormona. Cuando los niveles de serotonina son bajos, pueden aparecer síntomas que nos recuerdan a los de la depresión (cambios en el apetito, en el sueño, menos nivel de actividad, dificultades para concentrarse, ansiedad, irritabilidad, fatiga…). Es lo que se denomina “depresión estacional”, la cual suele ser más frecuente en épocas y lugares de mayor oscuridad.

En los últimos años hemos sido testigos de un incremento en la peligrosidad de la sobreexposición a la luz solar. En consecuencia, muchas personas lo asocian con problemas de salud y enfermedades como el cáncer de piel. Lo cierto es que la exposición a dosis moderadas de luz solar – de 5 a 15 minutos dos o tres veces a la semana según la OMS- tiene, además de la ya citada, otros muchos beneficios. En concreto, favorece la síntesis de vitamina D, importante para la adecuada absorción de calcio y, por tanto, para la salud de los huesos; favorece estados de calma, reduce los niveles de ansiedad y estrés y mejora nuestra atención, concentración y memoria, entre otros.

            ¿Y esa cara no tan amable de la primavera…? La constituye la llamada “astenia primaveral”, y vendría a referirse a un conjunto de síntomas contrarios a lo que hasta ahora se ha mencionado: agotamiento, letargo, irritabilidad, desánimo, pérdida de apetito, bajo deseo sexual, dificultades para concentrarse, etc. Su origen es el mismo, una revolución hormonal que comienza en el hipotálamo, el reloj interno que marca los ritmos de nuestras funciones biológicas (apetito, sueño, temperatura, etc.) mediante la liberación de sustancias en el cuerpo. Por suerte, este síndrome tiene un carácter leve y pasajero. Algunas medidas que ayudan a prevenirlo y sobrellevarlo son llevar una dieta equilibrada y variada, rica en verduras, frutas y hortalizas; mantener un buen nivel de hidratación, descansar lo suficiente, realizar ejercicio moderado e intentar llevar rutinas ordenadas, pese a las tentaciones de la época ;-).