Por Carlos Fuentes

Suyas son algunas tradiciones que en la ciudad de Marrakech visten su cara más comercial en la joyería y bisutería hechas con plata y metales menos preciosos (el oro no es de buen gusto en el desierto). Con diseños austeros que son una suerte de reflejos de la histórica precariedad de medios de la tradicional vida nómada de esta etnia de 2,5 millones de personas cuya población se reparte entre media docena de países.

En la medina de Marrakech, el tuareg Aba Aziz regenta una tienda en el corazón del barrio de Riad Zitoun Lakdim. En realidad, la tienda es familiar y todos se turnan para atenderla por periodos de dos a tres meses. El resto del año, la familia Aziz lo pasa viajando hacia las zonas tuareg al sur del Sahara. “La costumbre es hacer un viaje largo una vez al año, aprovechar para visitar a la familia en varios lugares y después regresar con mercancías nuevas“, indica Aba Aziz mientras prepara té verde con un hornillo dentro de la tienda.

Pronto llegarán un par de turistas de habla inglesa.  Y Aba Aziz, que lo de comerciante le viene de familia, las invitará a un té para intentar vender algunas joyas tuareg. Por oferta no será. De las cuatro paredes forradas de tela negra cuelgan varias cruces tradicionales de Agadez y de In Gall, anillos con forma de sol y unos colgantes shirawt. Todos esperan convertirse en regalos exóticos, pero no tienen prisa. Ninguna. Como el vendedor tuareg.