Aranzazu del Castillo Figueruelo

            El Alzheimer es la demencia más frecuente en la población (entre el 50-70% de las demencias son de este tipo) y, junto con el cáncer, constituye una de las más temidas enfermedades del siglo XXI (esta presente en un 5-15% de las personas mayores de 65 años). Este problema neurodegenerativo comienza de manera gradual y tiene un curso progresivo que puede extenterse entre 5 y 15 años, dependiendo de la persona. Produce alteraciones cognitivas, pero también comportamentales.

La alteración de la memoria es el síntoma principal y más importante del Alzheimer. Las dificultades se observan en el la adquisición de nuevos aprendizajes y en la retención de información a corto y a largo plazo. Los episodios más recientes (jubilación, hijos) son los primeros que se olvidan, mientras que aquellos más remotos (infancia y juventud) se mantienen durante un tiempo.

Pero el Alzheimer es mucho más que olvido. La desorientación es otro de sus síntomas característicos. En concreto, existe una desorientación temporal (qué día es hoy), espacial (dónde estoy) y personal (quién soy, qué me gusta), que constituye una importante señal de alarma para los familiares.

Además de lo mencionado, el Alzheimer también cursa con déficits en el lenguaje, la comprensión, la lectura, la escritura, la atención, el reconocimiento (de personas y objetos cotidianos) y la producción de movimientos y conductas aprendidas (peinarse, lavarse los dientes, etc.).

A nivel emocional y comportamental son frecuentes las reacciones de ansiedad, especialmente al inicio de la enfermedad; la irritabilidad, la depresión, la apatía, los delirios y las alucinaciones, estos dos últimos en fases más avanzadas.

A día de hoy contamos con tratamientos farmacológicos que frenan el avance de la enfermedad, pero ninguno de ellos ha conseguido -por el momento- evitar que se termine desarrollando. Por eso, es muy importante trabajar antes para prevenir la aparición de la demencia.

Conforme creecemos y tenemos experiencias y vivencias significativas se va tejiendo en nuestro cerebro una compleja red cuyos protagonistas son las neuronas y las conexiones múltiples que se establecen entre ellas. Este es precisamente el foco de la enfermedad de Alzheimer. Actúa destruyendo el tejido creado, ya sea provocando la muerte de neuronas o dificultando la comunicación entre ellas (por la acumulación de unas proteínas específicas).

Cuando se habla de Alzheimer es frecuente que aparezca el concepto reserva cognitiva. Este se refiere a la capacidad cognitiva que una persona ha logrado acumular mediante sus conocimientos culturales, estudios académicos, participación en actividades intelectuales y de ocio (lectura, escritura, aprendizaje de idiomas, pasatiempos, etc.) y actividades deportivas que hayan potenciado su psicomotricidad.

Esta reserva cognitiva es un factor protector de la enfermedad de Alzheimer debido a que potencia la plasticidad, es decir, la capacidad del cerebro para buscar formas alternativas de responder cuando una zona está dañada y la conectividad entre las neuronas.

Si viajar implica vivir experiencias en primera persona con todos los sentidos, empaparse de nuevos sonidos (idiomas, músicas, etc.), nuevos olores, nuevos sabores, colores y formas. Si viajar supone conectar y compartir con tu acompañante o con aquellos con los que te vas cruzando en el camino. Si viajar conlleva un trabajo previo de curiosidad y decisión, de búsqueda y planificación, de adaptación y resolución de conflictos e imprevistos. Si viajar implica caminarse ciudades y pueblos, subir la montaña o zambullirse en el mar. Si viajar comporta todo esto (y mucho más), entonces se convierte en una potente actividad para trabajar al completo tu reserva cognitiva y, en consecuencia, prevenir la aparición de esta y otras enfermedades neurodegenerativas.

¿Vamos?