Aranzazu del Castillo Figueruelo

Antes del amanecer. Céline, una chica francesa y Jesse, un joven americano. Dos desconocidos de mediana edad que se cruzan en un destartalado tren con destino a París. A mitad de camino -en una Viena primaveral- él debe abandonar el vehículo. Lo que comienza con unas tímidas palabras acaba transformándose en una larga e intensa noche de romance juvenil. Todo acelerado y condimentado con el constante ronroneo del ferrocaril.

Quizá no hayas sido nunca protagonista de una historia de amor como la de esta película, originada en un medio de transporte. Quizá más probablemente hayas experimentado el efecto acelerador que tienen estos contextos “en movimiento” en el desarrollo de las relaciones sociales.

Siempre me han llamado la atención los lazos que pueden llegar a crearse dentro de una guagua, un tren y, más aún, dentro de un avión. Este último medio, en especial, parece funcionar como un auténtico acelerador de relaciones, quizá porque posee algunas características que facilitan este hecho.

Desde un punto de vista psicológico, los pasajeros del avión podrían llegar a ser contemplados como un grupo debido a que comparten espacio y tiempo y poseen un objetivo común, a saber, llegar a su destino. Por otro lado, aún sabiendo que existen diferencias entre las personas, en general los seres humanos llevamos mal la incertidumbre y la falta de control. Dentro de un avión, los pasajeros tenemos poco que hacer, más que dejarnos llevar y confiar en la pericia del piloto. Esto, frecuentemente despierta miedos entre los viajeros o, cuanto menos, incomodidad. Gracias a unas células nerviosas especiales, llamadas neuronas espejo, las personas poseemos la capacidad para ponernos en la piel de la otra persona y llegar a experimentar -sentir- lo que el otro siente. Es lo que se denomina empatía. Estos dos elementos podrían favorecer un sentimiento de cohesión grupal entre todos los pasajeros del avión.

Por otra parte, especialmente en aquellos trayectos de larga duración, entra en juego otro factor importante: el aburrimiento y, asociado a esta, la curiosidad. Gracias al transcurso del tiempo en este tipo de vuelos, somos capaces de traspasar la barrera de la vergüenza e iniciar una conversación con nuestro compañero de fila para descubrir todos los recovecos de su vida. En otras palabras, nos “habituamos” a la incomodidad y acabamos valorando que dadas las circunstancias es más provechoso entablar una conversación.

Un último elemento y que podría ser disparador de muchas tertulias es la incomodidad ante los silencios. En general no toleramos bien los huecos sin palabras, más aún cuando compartimos espacio con otra persona. Piensa en lo que ocurre en los ascensores. Si tenemos que subir hasta el segundo podemos escapar, pero si ambos vamos hasta el séptimo uno u otro acabará sacando el tema del tiempo en algún que otro momento.

En mis vuelos de Canarias a la península y viceversa he sido testigo de todo tipo de interacciones y me he dado cuenta de que un trayecto de este tipo puede convertirse en una gran oportunidad para conocer a una persona interesante, ya sea para una amistad o para una relación de pareja; entablar una relación profesional o desarrollar un plan de trabajo, entre otras cosas.

Este hecho contrasta con un mundo cada vez más individualizado en el que, pese a la propuesta de muchos establecimientos de comidas de incorporar amplias mesas para que los clientes compartan almuerzo, las personas eligen aislarse con su música, sus pantallas y sus pensamientos enrevesados.

Obviamente este efecto no se limita a las relaciones entre personas desconocidas. También tiene lugar una curiosa tendencia entre aquellos individuos que, sin conocerse personalmente, llevan tiempo coincidiendo en muchos lugares de ocio (el que conoces de vista). La cola de la puerta de embarque y el trayecto en avión -si es que se comparte fila de asientos- precipitarán la conversación y, en pocas horas, encontrarás que habrás “confesado” y resumido tu vida a tu nuevo amigo como nunca antes lo habías hecho.

Si se viaja con conocidos -pareja, familia, amigos, etc.- el paseo por las nubes se convertirá en el momento perfecto para anticiparse con ilusión al viaje y planificar todo lo que se hará en él, si el trayecto es de ida; o de hacer balance y reflexionar sobre el mismo, si estamos de regreso a casa. Dormir en este caso también está permitido.

Pero cuidado porque no siempre esto que comento resulta tan ideal y oportuno… ¿Qué ocurre si, por ejemplo, te tropiezas con un viejo conocido que no te cae nada bien? ¿Y si simplemente te toca sentarte al lado de alguien que te incomoda con sus preguntas? En este caso lo mejor será recurrir a esa individualidad antes mencionada. ¡Buena suerte!