Por Carlos Fuentes

Corredor de fondo, cuando la música efímera campa a sus anchas, Pedro Guerra gira en redondo hacia la canción para seguir contando historias cotidianas. Tres décadas después de su lanzamiento en solitario, el cantautor de Güímar defiende la gira Arde y Vuela para presentar sus dos nuevos trabajos, Arde Estocolmo y 14 de ciento volando de 14. Para este último ha musicado sonetos de Joaquín Sabina.

Dijo una vez García Márquez que “lo único mejor que la música es hablar de música” y con Pedro Guerra hablar de música es un no parar. Cantautor siempre inquieto, curioso, el de Güímar transita ahora por esa madurez bien ganada. Hacia un seguir camino asido a un cancionero estimable (una docena de discos desde aquel Golosinas de 1995) y con luces de posición bien orientadas para ensamblar sus crónicas cotidianas en el escenario internacional de la canción en español. Hoy es el día después de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan y por ahí empezamos.

¿Dignifica este premio el oficio de escritor de canciones?

La canción siempre se ha considerado un subgénero, no un género. Y yo defiendo que la poesía es un género y la canción es otro. No los mezclaría porque son géneros literarios diferentes. El poeta es un mundo y el autor de canciones es otro. Aunque hay determinadas personas que lograron fusionar los dos géneros en uno solo. Y ahora el Nobel a Bob Dylan coloca a la canción su propio género literario, no en un estadio menor. Sí, este premio dignifica a la canción.

Dijo Sabina que el siguiente bien podría ser a Serrat…

Se lo daría antes a Silvio Rodríguez y luego a Serrat. Silvio es un pilar potente de la canción, Serrat también, evidentemente.

¿Y cómo contempla ahora, treinta años después, a los artistas que le llevaron a agarrar la guitarra y escribir canciones?

Cito a Silvio porque fue una influencia real muy poderosa. Serrat llegó luego. El primero fue Silvio, yo provengo de esa canción latinoamericana.

Y por eso 14 de ciento volando 14 suma algunas de sus voces de referencia: Serrat y Silvio, claro, pero también Aute, Milanés, Baglietto, Poveda, Bunbury, Drexler…

Estos discos son como una mirada para ver dónde he estado, qué hice, y ahora me he embarcado en dos proyectos más ambiciosos porque sumo los papeles de compositor, arreglista, productor e intérprete. Y he volcado todo lo que aprendí en estos treinta años.

¿Y qué queda de aquel Pedro Manuel Guerra?

Lo más importante está intacto: la manera de sentir y afrontar la canción. Las temáticas que me siguen interesando son las mismas y la forma de escribir es la misma. Hay cosas que cambian, evidentemente, pero la esencia de concebir canciones se ha mantenido intacta. Cambia la experiencia, se ganan cosas y se pierden otras. Esa espontaneidad de los primeros años que me encantaría tener y que ya no tengo, pero a cambio tengo una madurez que en aquella época entonces no tenía.

Lejos de los oropeles del Nobel, pasado también el Grammy Latino al que fue candidato por Arde Estocolmo, el valor efectivo de la canción como altavoz de los que no tienen voz es otro rasgo esencial de la poética narrativa de Pedro Guerra. Sus crónicas nacen desde el lado del perdedor. “Es algo que mantengo porque sigo estando del mismo lado, del lado de la gente a la que uno puede ayudar con su canción para mejorar sus vidas. Siempre desde una posición de humildad, y siempre recuerdo lo que decía Mario Benedetti: “Una canción no cambia el mundo, pero tampoco se cambia el mundo sin canciones”. Quiero creer que una de mis canciones puede ayudar de verdad a la gente. Y esa es la labor de la canción, acompañar con canciones los procesos de cambio, colectivos o personales”.