Por Aranzazu del Castillo Figueruelo

Viajar y vacaciones son dos palabras que a menudo van de la mano. Por eso, la desconexión de la monotonía y de la rutina del día a día es una de las ventajas más conocidas y reclamadas de los viajes. Para muchas personas, constituyen una vía de escape temporal a sus preocupaciones y problemas diarios y una buena manera de tomar distancia respecto a estos.

            Pero lo cierto es que la gente viaja por razones muy variadas. Hay quien, efectivamente, viaja para disfrutar de sus vacaciones en un lugar diferente, quien lo hace por trabajo o quien lo hace por estudios, por citar algunos de los motivos más habituales.

            Viajar puede llegar a ser muy estresante y una fuente de malestar en sí mismo (esperas, retrasos, pérdidas, malos entendidos, etc.), pero proporciona una serie de beneficios, además del ya citado, que parecen compensar estos ligeros inconvenientes.

            En primer lugar, como decíamos, viajar facilita que nos alejemos del foco geográfico de nuestros problemas y preocupaciones. Nos ayuda a ver estos con cierta distancia, reduciendo el estrés y favoreciendo la relajación (física y mental). Este efecto es casi inmediato y se prolonga incluso días después de haber aterrizado de vuelta a casa, aunque no siempre. Físicamente nuestros músculos se relajan, nuestros sentidos se agudizan y parece que dormimos mejor y que nos reímos más.

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            En segundo lugar, viajar potencia nuestra creatividad. Los viajes son una oportunidad para abrir la mente y expandir las ideas. Muchos artistas (pintores, escritores, bailarines, etc.), conscientes de este potencial, utilizan los viajes para recuperar la inspiración perdida o para empaparse de nuevos estímulos que les ayuden a crecer como profesionales. Algunos ejemplos son Ernest Hemingway y Marc Twain, los cuales crearon algunas de sus obras durante su estancia en el extranjero (el primero, por cierto, pasando parte de su tiempo en España).

            A la base de la creatividad está la flexibilidad mental, esa capacidad psicológica que nos permite cambiar de una idea a otra con facilidad. Viajar promueve la flexibilidad mental de varias maneras.

            Por un lado, todo viaje trae consigo cierta dosis de impredictibilidad. Por más que uno planifique lo que va a hacer, siempre existirá una parte variable. Los cambios y/o desvíos en nuestro plan inicial requieren una acomodación por nuestra parte y esto estimula nuestro pensamiento.

            Por otro lado, parece que el grado en el que nos sumergimos en la cultura extranjera y por tanto, el esfuerzo que hacemos por adaptarnos a ella, se convierte en un factor relevante a la hora de potenciar nuestra flexibilidad mental. No es lo mismo ir a Cuba a un hotel que visitar el país con un cubano/a, quedándote en su casa y asimilando sus costumbres. Lo segundo sí estimula la creatividad.

            En cuarto lugar, los viajes nos enriquecen a nivel social, especialmente cuando lo hacemos en solitario. Nos ofrecen la posibilidad de conocer y compartir experiencias con personas con historias muy diferentes a la nuestra, para finalmente darnos cuenta de que… no somos tan distintos como pensábamos. Esto incrementa nuestra habilidad para conectar con las personas (empatía) y reduce los prejuicios.

            Y por último, el contacto con formas de pensar y de hacer diferentes a las propia a menudo anima a las personas a cuestionarse su manera de funcionar habitual. Los viajes muchas veces desencadenan un análisis profundo de los valores y objetivos de vida. Dicho en otras palabras, viajar ayuda a la persona a ser más consciente de sí mismo, a ampliar su marco de referencia y a actuar de manera más congruente con aquello que valora.