Por Juan Manuel Pardellas

Fotografías por Juan Álvaro

Sal es una de las diez islas de Cabo Verde, pequeña y manejable pero líder en la industria turística del Archipiélago, con todos los atractivos que pueda esperar una familia con hijos, una pareja o un lobo solitario en busca de unos días para pensar. Para hacerse una idea de lo que puede hacer en cuatro días, el lema oficial de la Isla es No stress. Y la playa es la vida, donde confluye toda la población. En su capital, Santa María, no faltan ofertas para practicar deportes en el mar (jet ski, motos, windsurfing, SUP, botes a pedales, yates lujosos, catamaranes, submarinos), ni ofertas para comprar artesanía, obras de arte, ni una deliciosa oferta de restaurantes y clubes con música en directo, como Buddy. Mi recomendación: mézclese y converse con las limpiadoras y saladoras de pescado en el puente de madera (pontao), disfrute de las acrobacias de los adolescentes por la tarde y no se marche sin ver el ojo azul ni las espectaculares salinas en el interior del cráter, que dieron nombre a la Isla.

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El avión de Binter que aterriza en el aeropuerto Internacional Amílcar Cabral nos desembarca en una tierra ideal para relajarse durante unos días, la típica escapada anti estrés y divertida que esta vez, está a menos de dos horas de vuelo de Canarias. Mi recomendación es alquilar un coche. No te extrañe que no te espere nadie en el aeropuerto y tengas que recoger las llaves en la cafetería, en un sobre a tu nombre. A nosotros nos tocó la marca más popular en la Isla, un Suzuki, con la dirección temblorosa, que te obliga a no superar los 80 kilómetros/hora, vaya usted a saber si como estrategia del fabricante, de la compañía de alquiler o de las autoridades de la Isla, para que el visitante disfrute más del recorrido.

La capital y principal núcleo turístico es Santa María, a menos de 20 minutos por carretera hacia el sur, donde te espera un recorrido árido hasta llegar donde las grandes cadenas mundiales (entre ellas varias canarias y españolas) han levantado auténticos paraísos para relajarse. También está la opción de compañías portuguesas y apartamentos locales. Y una amplia oferta de inmobiliarias con ofertas interesantes como inversión. Casi todos ellos dan a la playa de aguas tranquilas y color esmeralda. A poco que pases una mañana allí, te encontrarás con marineros reparando sus botes o con surfistas, como Daniel, el fornido adolescente experto en acariciar las crestas de las olas con su tabla.

Santa María es un núcleo turístico al uso, con artesanía en tiendas y en la calle, donde muchos artistas locales pintan unos cuadros preciosos llenos de color y referencias africanas y algunos artesanos muy curiosos reciclan hasta las tapas de refrescos y los convierten en muñecos para los más pequeños. Mis tiendas preferidas, por originales y llenas de antigüedades, son Akuaba, Bazof y pasear por el suelo empedrado de Porto Antigo.

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También te recomiendo visitar el Mercado Municipal. Allí, entre máscaras y figuras de madera, coches de latón, pulseras multicolores, camisetas, bolsos y telas, conocí más de las costumbres locales con XXX,

“Los mejores clientes son los nórdicos”, asegura XXX, que estuvo en la España “antes de la crisis” y ahora gestiona una pulcra e interesante esquina de máscaras. “Pagan lo que les pides y no regatean tanto como ustedes”, comenta entre risas.

Santa María es un espectáculo también para el paladar, que es de las mejores formas que conozco de conocer un lugar. En sus animados restaurantes es imposible resistirse a verduras, arroz y pescados (si puede, caiga en la tentación de una cataplana) y, sobre todo, a la música, que invade todos los espacios, y hasta es posible que una mañana te despierte una batucada de la academia local. Uno de mis preferidos es el Ocean Café, en la onda del Hard Rock Café, donde puedes regalar a tus hijos con una deliciosa pizza de chocolate. Los dueños gestionan una tienda muy original de artesanía y fotografía y son los fundadores del medio de comunicación Ocean Press. Los surferos tienen que pasarse por 32, donde diseñan camisetas y accesorios muy chulos.

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El ojo azul

Te aconsejo una excursión por toda la Isla. Basta una mañana y la recompensa es enorme. Hacia el norte, la capital administrativa es Espargos. A su izquierda llegas a Palmeira, con apenas medio centenar de casitas de una planta, un par de bares y una ermita, en cuya tranquila bahía atracan numerosos yates para ir a bucear, botes de pesca y grandes mercantes que descargan frenética y continuamente todo tipo de enseres y alimentos que se consumen en la Isla, ya que, casi todo, desde ropa hasta la comida, viene de fuera. De regreso a la rotonda principal, debemos ir más al norte hasta llegar a Buracona.

En mitad de la nada, donde la carretera se ha transformado en una pista de tierra, en un paisaje polvoriento y rocoso nos espera una de las maravillas de todo el Archipiélago: el ojo azul, una cueva, similar a la Cueva de los Verdes de Lanzarote, llena de agua, en cuyo fondo se refleja el sol y proyecta una luz azul celeste, tentadora. Es difícil sustraerse a la tentación de alargar la mano e intentar alcanzar uno de esos pedruscos tan brillantes como un diamante. No hay turista que llegue a Sal y no pase por este rincón.

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Un volcán lleno de sal

Al este de la Isla, en Pedra Lume, se encuentran las salinas en el interior del cráter volcánico. Antes de llegar, te encuentras paisajes sorprendentes, como una gran urbanización en ruinas, que dicen los locales era una inversión italiana de villas de lujo y campo de golf, que quedó a la mitad y totalmente abandonada.

Justo en la base de la montaña, tuvimos la suerte de ver llegar un pequeño bote con un atún tan enorme que parecía salido de El viejo y el mar, de Hemingway. Y, allí mismo, en el diminuto muelle de cemento, los jóvenes pescadores lo abrieron, limpiaron y trocearon para distribuir en casas y restaurantes.

Y llegó el momento de descubrir otra de las maravillas. Subimos fácilmente en el jeep por los senderos hacia el cráter. Paramos y, a pocos metros, se abrió la boca de la montaña con unas salinas maravillosas, multicolores.

Sin estrés, bien alimentados, descansados y con un buen puñado de nuevos amigos, regresamos a casa con unas enormes ganas de volver.