Por Salvador Aznar

Ciertamente, creo que el nombre de África seguirá evocando inevitablemente en muchos de nosotros aquellas casi ingenuamente idealizadas, historias de intrépidos exploradores que se adentraban en el desconocido continente para descubrir los misterios y riquezas de tan salvajes parajes.

La fauna africana, única, diversa y abundante también ha sido desde el principio un símbolo identificativo del continente. La más característica y endémica, formada por leones, elefantes, jirafas, cebras, rinocerontes y otras miles de especies más entre mamíferos, reptiles, anfibios y aves se ubica en la región tropical, más conocida como África Subsahariana. En muchas regiones de esta zona, la fauna había ido desapareciendo de manera gradual debido a la presión demográfica y a la caza incontrolada y furtiva, por lo que la creación de Parques Naturales para proteger la vida y el hábitat de estos animales, se hacía imprescindible.

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En el vecino Senegal podemos disfrutar de uno de estos santuarios destinados a preservar la naturaleza. Nos referimos a la Reserva de Bandia, un entorno de 3.500 hectáreas de extensión. Plagado de enormes baobabs, acacias, matorrales espinosos y exuberante vegetación, donde conviven diferentes especies animales, en su mayoría mamíferos herbívoros.

La lista de los animales que conviven en esta reserva es bastante surtida e interesante: cebras, jirafas, búfalos, antílopes, gacelas, jabalíes, monos, chacales, cocodrilos, tortugas, avestruces, algunos pocos ejemplares de rinocerontes blancos y más de 120 especies de aves, que habitan en el parque durante las épocas migratorias.

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Situada a 65 kilómetros de Dakar y a tan solo 15 de la ciudad costera y turística de Saly, en la carretera de va de Mbour a la Casamance, la Reserva de Bandía, es una visita que no deberías perderte. La visita puedes realizarla en taxi o coche privado aunque eso sí, siempre se tiene que ir acompañado de un guía oficial de la reserva. También puedes realizarla en los vehículos todo-terreno, que el parque tiene a la disposición de los visitantes, especialmente en la época de lluvias en la que el barro dificulta la conducción entre las diferentes pistas de tierra que recorren este espacio.

Si te gusta la fotografía – como en mi caso – podrás en determinadas ocasiones bajarte del vehículo siguiendo atentamente los consejos del guía. Dado que en el parque no habitan grandes carnívoros, los animales de la reserva se mueven con bastante tranquilidad. Esta circunstancia propicia el poder aproximarse a los animales para realizar fotografías. Solo debes poner especial cuidado de no molestar demasiado a los rinocerontes y sobre todo, ni te acerques a los avestruces, especialmente a los machos con plumaje blanco y negro, que son de lo más agresivo ¡especialmente en la época de apareamiento!

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El parque cuenta con un nutrido equipo de guías expertos que te acompañarán en tu recorrido fotográfico por este inmenso bosque de baobabs y gracias a su amplio conocimiento de la zona y del comportamiento de los animales, te dirigirán hasta los lugares más propicios para el deseado avistamiento de las diferentes especies que habitan la reserva.

Gracias a los conocimientos del guía que me acompañaba y tras algunos kilómetros recorriendo las polvorientas pistas de tierra rojiza tan características del paisaje africano, pudimos localizar a uno de los rinocerontes que habitan en el parque. Abandoné el vehículo y me fui acercando sigilosamente hasta una distancia bastante prudencial. El animal estaba detrás de unos zarzales y parecía bastante tranquilo, aunque su inmensa mole acorazada y el imponente cuerno, impresionaban bastante. Finalmente pude  realizar algunas fotos de este extraordinario ejemplar.

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Algunos kilómetros más adelante nos encontramos con algunos avestruces, pero en esta ocasión preferí hacer las fotos desde el interior del vehículo a través de la ventanilla, por si las moscas. No debe ser muy agradable verse atacado por un animal de entre 2 y 3 metros de altura y más de 180 kilos de peso que no puede volar, pero corre más que tú.

Después de tantas emociones y precauciones acabo la jornada en el centro de visitantes, de rústica construcción. Desde la terraza del bar restaurante se puede observar una pequeña charca formada por las aguas del rio Somone a su paso por el parque. Allí se revuelcan los búfalos y acechan los cocodrilos disfrazados de troncos flotantes, mientras los monos chillan desde los árboles. Yo aprovecho para tomarme una cerveza bien fría y los guías (de religión musulmana), un refresco.