Por Álvaro Morales

La Gomera es un regalo visual, un tesoro verde aún no apreciado lo suficiente y cada uno de sus municipios, perfectas simbiosis de lo que se busca en un destino digno de la palabra natural. Hermigua lo atestigua también y, rompiendo el tópico sobre la supuesta carencia de playas de calidad en la Isla, cuenta con una verdadera joya cuya riqueza aumenta tras pasar por la, en parte, sinuosa vía que nos lleva a esta estampa Atlántica con Tenerife y el Teide al fondo.

Las diversas curvas y quiebros entre montañas secas, que contrastan con la Laurisilva del centro insular, bien merecen un poco de paciencia porque, en pocos minutos, el océano nos ofrece una pequeña, coqueta y encantadora cala con arena negra (sobre todo en bajamar), partes de callaos, aparcamientos y zonas para acampar o pasar un completo día de asueto. Un día repleto de baños limpios, aire salvaje pese a las pequeñas construcciones para comer y roques y puntos a la izquierda para los más aventureros si el mar acompaña, claro.

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La carretera GM-1 nos lleva a uno de los valles y pueblos más bellos de La Gomera: Hermigua. Tras pasar por parte del parque Garajonay, esa reliquia más que prehistórica marcada por la Laurisilva y el embrujo, el barranco de Monteforte, nos obliga a mirar continuamente a la derecha mientras bajamos por una carretera repleta de otra de las características de la Isla: las curvas, las sinuosas vías, las sorpresas tras superar la siguiente, las vistas increíbles: la naturaleza casi pura. Al litoral de Hermigua, como a su casco, como a la mayoría de sus salteados caseríos, le desborda su rica e intensa historia, con sus características plataneras al final del camino, su playa de callaos y su piscina natural y zonas de baño del Pescante. Pero el destino que les proponemos esta vez nos obliga a salir de este valle casi encantado en busca de La Caleta, una de las calas más atractivas de La Gomera. No lo duden.

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Atravesando el cauce del barranco y llegando hasta el pequeño núcleo de Llano Campos, la vía CV-3 nos llevará con diversas curvas en un tobogán que se prolongará un rato en subida y bajada a una de las calas más sorprendentes de la provincia tinerfeña. Tomando siempre el enlace que lleva a la izquierda en las dos intersecciones que nos toparemos durante el ascenso a este lomo del barranco, acabaremos superando la cota superior de esta vertiente y comenzaremos el descenso por otra cara del tobogán. A diferencia de hace unos años, cuando la vía era aún de tierra, lo que incrementaba el misterio, los riesgos y la sensación de terreno virgen y semi paradisíaco al llegar a la playa, la carretera asfaltada de ahora garantiza mucho más la seguridad pero no reduce los encantos de esta zona árida, montañosa y de gran contraste con el verde del interior, ese monte bajo y denso bosque que también parece encantado.

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En pocos minutos, el carrusel de curvas nos regalará una desembocadura de barranco con cierta amplitud, con fina arena negra final (sobre todo en bajamar) y zonas de callaos en una cala con muchos más atractivos de los que inicialmente podría parecer. Pese a no existir viviendas, el paraje nos ofrece diversos servicios de cierto relieve, con no pocos aparcamientos, varias zonas para comer refugiados del sol, un área para jugar al bádminton y una cala amplia, con una réplica más pequeña a la izquierda y partes para los más avezados nadadores o aventureros, excelentes vistas a Tenerife y el Teide, un roque emblemático con forma de torre de Pisa invertida (aunque de menor altura, claro), un cabo perfecto para lanzamientos y baños más que apetitosos si el mar acompaña. Si no, hay que extremar la atención y prevención porque el Atlántico siempre merece un respeto, pero no por eso prescindir de una excursión que cuenta con encantos sobrantes incluso para acampar y disfrutar de las puesta de sol y los amaneceres. Otro lujo para apuntar en la agenda.