Por David Sendra Domenech

En las islas de Barlovento, la singular y cautivadora Mindelo, ciudad portuaria de la isla de São Vicente, se apropia de la capitalidad cultural del país y se erige como cuna de la morna, aquel género que popularizaron Bana y Cesária Évora. La capital de São Vicente es un lugar especial que aglutina intensa historia, bellas playas y noches muy animadas, ideal para el amante de la diversión.

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Mindelo es una ciudad de belleza intrínseca, de edificios coloniales, mucha cultura, hermosas playas y una larga historia. Su encanto ya lo transmiten de inicio los mindelenses mediante su cálida acogida. No es de extrañar que sus noches sean conocidas por ser animadas, divertidas, con buena música, ritmos caboverdianos y bailes locales, todo ello acompañado de excelente gastronomía y vistas al océano. Realmente este pedazo de África en pleno Atlántico se acaba por convertir en un paraíso de atmosfera singular y cautivadora con un toque cosmopolita.

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La cultura y el arte están en la esencia de Mindelo. La vida musical es intensa, especialmente en el fin de semana, donde muchos locales abren sus puertas a la morna, un lamento dulce y melancólico; la koladera o la movida funaná con su entusiasmado baile, entre otros. La zona del puerto se convierte en escenario de la música en directo, de los sonidos que susurran y los ritmos que insinúan, de los pies que se mueven sin vergüenza y del calor propio de lo intenso. Excepcional lugar para sentarse, pedir un bife de atún y energizarse para la llegada de la noche, cuando las luces iluminan el puerto y la música inicia su recorrido electrizante.

Africana por geografía, pero con un toque muy brasileño, Mindelo es un lugar único en Cabo Verde, bañado por hermosas playas con aguas turquesa pausadas con miradores hacia el océano, habitualmente recorridas por los mindelenses, amantes del culto al cuerpo, y aptas para mil y un deportes acuáticos. Poblada por construcciones con clara herencia colonial, antiguas casonas bien preservadas pintadas con colores intensos y calles sombreadas por los árboles, Mindelo tiene ese poder de ofertar un poco de todo.

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La cultura permanente lo impregna todo y fiel reflejo es el centro cultural. Llega la tarde y los cafés invitan a sentarse y saborear un tiempo que parece no transcurrir al ritmo convencional: mesas para sentarse y hacer tertulia con los locales. La alegría es contagiosa, todo fluye con ánimo y así uno se va relajando, preparando para el anochecer. Y es que al caer la noche, las calles y plazas se llenan con el sonido de la música y el ritmo de la alegría. Uno puede ir de lado a lado a pie, la ciudad invita a pasearla y conocerla, entrando y saliendo de los diversos locales, buscando aquel que cuadra más con nuestro ánimo.

Llama la atención que Mindelo no es grande, pero tiene todo lo esencial. Con un corazón que bate con el ritmo de las músicas y un alma que bebe de las aguas de la cultura, la ciudad se rodea a corta distancia de la naturaleza salvaje, de los volcanes extintos que esperan ser ascendidos por mentes valerosas, de las pequeñas aldeas de pescadores con aroma de calma.