Por David Lorenzo 

Como vimos en el artículo anterior sobre el comercio con América estaba controlado por el Estado a través de la Casa de Contratación. En el caso de Canarias, por su lejanía, se haciá a través los Juzgados de Indias. El archipiélago tenía muy limitado el mercadeo con el Nuevo Mundo, sobre todo por presiones de comerciantes sevillanos y gaditanos.

En el siglo XVII, concretamente en 1678, la corona española firma una Real Cédula que cambia la relación comercial de Canarias con América. A partir de ese momento se acordaba que por cada 5 familias canarias que se enviaban al Nuevo Mundo se permitía comerciar cien mil toneladas de productos canarios con los puertos americanos. Este fenómeno fue conocido como “tributo de sangre o colonizador”.

Desde mediados del siglo XVII la corona española va a intentar de todas las maneras posibles poblar zonas de América hasta ese momento no tenían habitantes. Con ello intentaban parar la expansión sobre todo portuguesa en Sudamérica e inglesa y francesa en Norteamérica. El tributo de sangre ayudaba en parte a solucionar este problema. Pero no es como se imaginaría. No era una imposición de la corona española. En realidad fue una propuesta hecha por las elites comerciales de las islas, que querían incrementar su comercio con América. Sabían que el Imperio Español necesitaba gente para crear nuevas ciudades en el Nuevo Mundo y ellos querían incrementar sus ventas.

Pero en un comienzo esto no salió como se los comerciantes esperaban. Hasta el reglamento del comercio canario-americano de 1718 la mayoría de los canarios siguieron emigrando libremente a América. Por otro lado también hubo veces que los comerciantes sevillanos se adelantaron a los isleños y llevaban ellos a los nuevos pobladores.

Otro error es pensar que las familias iban obligadas. Esto no es cierto. Por lo general se invitaba a ir a aquellas personas que eran marginadas social y económicamente. Generalmente se les prometía que en el Nuevo Mundo recibirían buenas propiedades y que podrían tener una vida digna e incluso hacer fortuna. Lo que sí es cierto es que a veces estas promesas no se cumplían. A veces se les daban tierras poco productivas y se enviaban a vivir a lugares muy apartados.

Este fenómeno acaba en 1778, cuando el rey Carlos III firma el Reglamento de Libre Comercio, que permitirá el librecambismo entre todos los territorios de la colonia española y América. Se termina así  con el monopolio de la Casa de Contratación y con el tributo de sangre.

Para saber más:

  • Fariña González, Manuel (2004) “La emigración canarioamericana y el Derecho Real de transpote de familias (siglo XVIII)”. En XVI Coloquio de Historia Canario-Americana. Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria
  • Hernández González, Manuel (2008) “El mito del tributo de sangre en la emigración canaria”. En Canarii, revista de historia del Archipiélago. Las Palmas de Gran Canaria: Fundación Canaria Archipiélago 2021