Por Sofía Clavijo

Pertenezco a ese porcentaje de viajeros que siempre trata de llegar antes al aeropuerto para pedirse un café y jugar por un rato a imaginar. A dónde irán las personas que se cruzan a mis ojos, en qué trabajarán, quién los esperará en el aeropuerto de destino o tras qué sueño se van a embarcar.

Y es que los aeropuertos son escenario principal de tantas historias…

Desde ellos parten y a ellos llegan los sueños, unos cumplidos y otros que están aún por cumplir. También ven volar sueños que se esfumarán en el viaje de ida o hasta unos que nacerán inesperadamente en el viaje de vuelta. Me gusta pensar que al pasar por la puerta de embarque también estamos cruzando una puerta hacia nuestro crecimiento personal, hacia nuevas experiencias.

En los aeropuertos las despedidas son muchas, pero siempre acabarán ganando las bienvenidas. Algunas manos se dicen adiós sin más opciones; otras se aprietan con fuerza, manteniendo intacta la fe de no tener que volver a separarse jamás.  Están los ojos que miran una y otra vez hacia atrás, esperando que aparezca esa persona que es probable que no llegue a despedirse… Mientras, a unos metros, otros ojos brillan por ver llegar a quien menos esperaban.  La cara y la cruz de una misma moneda.

Maletas, en los aeropuertos hay miles de maletas. Unas con ropa de trabajo, otras con la ropa sucia de las vacaciones y hasta las que van sin ropa alguna, pero con exceso de peso de proyectos, ideas y ganas. En cada maleta aguardan pedacitos de quienes las preparan. Pedazos tristes por no querer partir y otros con la ilusión de llegar a un país exótico o simplemente a los brazos de quien tanto echaban en falta. Cada maleta cerrada es una historia por contar o una historia finalizada.

Como siempre digo, los besos y los abrazos mueven la vida, son el origen y el fin de muchas cosas, y los aeropuertos han sido testigo de los besos más bonitos y también los más amargos, pero siempre reales. Entre cintas de facturación y algún bolso olvidado, vagan también solitarias promesas incumplidas pero aguardan muchas más esperanzas en la zona de llegada. Cada “te espero a la vuelta” esconde sus razones y cada “adiós” un corazón que probablemente ande herido.

Los aeropuertos nos ayudan a valorar. A entender cuánto somos capaces de querer o de extrañar, a saber hasta dónde podemos llegar por amor o a conocer cuánto somos capaces de esperar por ese abrazo de quién nos mueve alma.  Nos sacan de la rutina y nos hacen reflexionar. Da igual que seamos el que emprende el viaje, el que se despide o el que da la bienvenida, en los aeropuertos, como en la vida, los corazones mandan.