Por Aarón Rodríguez

Hace unos 21.000 años, mucho antes de que los seres humanos llegasen a Canarias, la planicie que emerge sobre el Risco de Famara al norte de Lanzarote, abrió sus entrañas. Desde las profundidades de la tierra emergieron ríos de roca fundida hacia el mar, formando un espectacular malpaís oscuro y áspero que hoy se extiende desde Órzola hasta Punta Mujeres y alberga en su seno algunos de los elementos más singulares de la Isla. Al mismo tiempo, toneladas de material se acumulaban en torno al punto del que salía la lava, levantando en ese lugar una montaña hasta los 609 metros de altitud.

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Se trata del Volcán de La Corona, uno de los símbolos más cautivadores del paisaje natural de Lanzarote que se erige como protagonista de nuestra ruta de este mes. Nuestro recorrido, de ida y vuelta, cuenta con apenas 3 kilómetros de longitud total, pero nos otorgará el privilegio de acercarnos a su cráter, obsequiándonos con la posibilidad de contemplar uno de los escenarios volcánicos más espectaculares de Canarias.  

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Al norte del volcán y en un paisaje dominado por su imponente presencia, se agrupan las blancas casas que forman la pequeña aldea de Ye, perteneciente al municipio de Haría. Hasta allí se llega por la carretera LZ201, que conecta Arrieta con la capital municipal. Iniciamos el recorrido junto a la pequeña Iglesia de San Francisco Javier, donde se puede estacionar el vehículo. Desde allí, comenzamos a andar por la carretera hasta encontrar, a unos escasos 160 metros, un ancho camino que se dirige directamente a las faldas de La Corona, el cual tomamos.

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El ascenso es muy suave al comienzo, entre un paisaje árido dominado por la presencia de viñas y muretes de piedra, un recordatorio permanente de las dificultades que han tenido que sortear los habitantes de la Isla y las ingeniosas soluciones que han adoptado para salir adelante. Cuando llevamos recorrido algo más de un kilómetro, la pendiente se incrementa y el sendero se estrecha y se vuelve zigzagueante, aproximándonos poco a poco al borde oriental del cráter, a 490 metros de altitud, el punto más bajo de éste anfiteatro circular de más de 400 metros de diámetro. Desde allí, contemplamos abrumados las paredes que cierran el coliseo en un arco que abarca desde el noroeste hacia el oeste y hasta el sureste, elevándose más de 200 metros sobre el fondo, y más de 100 sobre nosotros. La magnitud del cráter no debe privarnos de disfrutar, asimismo, de la vista que se abarca desplegando nuestra mirada desde el noroeste hacia el norte y el este: Montaña Clara, como una perla, se divisa sobre Famara en el mar; el volcán de La Quemada, elevándose sobre las Hoyas y por supuesto, gran parte del cautivador Malpaís de La Corona. Tras disfrutar durante un buen rato de las vistas desde nuestra atalaya, emprenderemos el regreso por la misma senda que hemos seguido.

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