Por Álvaro Morales

Fotos por Sergio Mendez

Parece que no está. Como que no es real; que una isla como La Gomera, delicia natural de verde intenso, embrujador e intemporal, de barrancos interminables y orografía desafiante, siempre despreció al mar. Pero allí está, en plena capital, junto al puerto, en la célebre Villa, a escasos metros de la mítica torre del Conde, en el punto de salida de inspección a una isla inolvidable y envolvente. Y basta pisarla un rato, abstraerse, mirar hacia la derecha y disfrutar de su arena y mar en calma para comprobar que sí, que San Sebastián tiene una playa que sorprende a poco que pique la curiosidad y uno se deje llevar sin necesidad de ensoñar mucho. Es un secreto a voces: una playa con partes deliciosas donde muchos no lo esperan o no se han percatado.  

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Hay prejuicios, por justificados y constructivos que sean, que cumplen la injusta mala fama del nombre e inducen a claro error. En Canarias por ejemplo, se equivoca por completo quien cree que El Hierro, La Gomera o La Palma son islas interiores, que casi no tienen playas o zonas de baño atractivas y que miraron al mar solo para pescar, emigrar o viajar. Estas mal llamadas islas menores esconden verdaderos tesoros costeros que, en algunos casos, como el que nos ocupa, sorprenden porque parecen que no están. Y están, vaya que sí. Un ejemplo ideal es la playa de San Sebastián de La Gomera, de las pocas urbanas de la Isla y que, en muchas ocasiones, pasa inadvertida para el viajante pese a situarse junto a la capital y el puerto, o quizás precisamente por eso debido a las ansias de empezar a zigzaguear por las carreteras de una isla que embruja, con un parque nacional de cuento y encantos naturales y etnográficos inolvidables.

Pero esta playa existe. Está allí mismo, a un paso. Junto a la mítica torre del Conde, que parece que la preside. Y no es pequeña: unos 600 metros lineales de fina arena volcánica la convierten en una de las mayores de la Isla y encima, con excelentes vista de Tenerife y el Teide y con un cabo en su parte derecha que, si nos abstraemos del lógico ruido del muelle y de la Villa, nos convence casi de estar en un lugar mucho más paradisiaco y solitario de lo que, breves minutos antes, se nos hubiera imaginado en el más idílico de los sueños costeros.

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La cala se divide en dos claras partes y la oferta en esta zona de la capital se completa con otra área de baño al otro lado del puerto, aunque más de callaos. La playa principal, la de mayor extensión y atractiva arena, disfruta buena parte del año de aguas tranquilas y un sol casi garantizado. Su orientación al sur lo facilita y los baños resultan placenteros, tranquilos y muy apetecibles desde fuera. El paseo situado en la parte superior, con sus árboles y sombras, incrementa los atractivos de un entorno ideal que no siempre es apreciado por los propios gomeros y muchos visitantes conocedores de la Isla, pero que, si se le da una oportunidad, a la siguiente se repite.

De hecho, muchos viajeros que no lo tenían previsto pero que paran en la capital un rato para tomar algo o una breve visita, cambian de planes al comprobar de cerca las características de una playa que, si el tiempo y el mar acompañan, por su montaña a la derecha y sus limpias aguas pese a la cercanía del puerto, se torna en una agradable e imprevista visita. Para los que ya la conocen o tienen referencias externas y claras recomendaciones, el tiempo invertido no les defraudará las expectativas. Y más si el margen temporal es amplio y cabe almorzar, merendar o incluso cenar en San Sebastián, enclave histórico desde los aborígenes, villa histórica que quedó marcada al final de la conquista por el célebre paso de Cristóbal Colón y cuyas plazas, calles, elementos patrimoniales y demás suponen una oferta variada y tentadora perfecta para un día de playa, bien como colofón o en continuo intercambio de baños y visitas a la parte más céntrica.

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La cercanía del puerto, además, permite abstraerse y percatarse de la importancia de las comunicaciones marítimas en la actualidad, pero sobre todo en los siglos precedentes, cuando el Atlántico distanciaba mucho más y el aislamiento no se buscaba precisamente en una cala desértica y paradisíaca, sino que no siempre era deseado y sí sinónimo de lejanía y casi incomprensión. Aunque no lo crean, esta playa en plena capital, junto al puerto y de las pocas urbanas de La Gomera, permite todo esto y a la vez sentirse también aislado en el sentido más bucólico. Sus características lo avalan y la experiencia de muchos prueba que la sorpresa casi es mayúscula una vez descubierta y experimentada. En cuanto a playas, es el secreto a voces de La Gomera.