Por Álvaro Morales

Halladas por fin las ondas gravitacionales predichas por Einstein, solo falta que la comunidad científica declare que los saltos en el tiempo son realmente posibles y que se han descubierto en un pequeño pero grandioso islote al norte de Fuerteventura. Con nombre que da un poco de miedo si no se ahonda en su intrahistoria, Lobos jamás deja indiferente y las ganas por quedarse en esa parálisis, en ese corchete espacio-temporal se agigantan a medida que se acerca la hora de retornar en barco. Aunque solo sea en sueños, y eso que hay dónde y cómo hacerlo, quedarse una temporada en su playa, en su cristalina y tranquila caleta y entre sus senderos volcánicos simplemente alarga la vida y la esperanza en sentirse cada vez más cerca del multiverso.     

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Por Álvaro Morales

Lo que fuera un refugio de lujo para lobos marinos en el pasado, y de ahí su nombre, se ha convertido con el tiempo en una de las visitas más atractivas de Fuerteventura y, cada vez más, de toda Canarias. El islote de Lobos, con su espectacular playa y su única zona con pocas casas en el conocido como El Puertito, donde quedarse con la alternativa también de acampar, condensa a la perfección el encanto de una pequeña isla deshabitada y virgen en medio de la inmensidad atlántica. A solo 20 minutos en barco de la creciente Corralejo, referente turístico majorero, y con 4,5 kilómetros que se recorren plácidamente a pie, la Isla está catalogada como Parque Natural y acoge 130 especies vegetales y aves protegidas, pero, para los humanos, esos no son sus principales atractivos. Lo que atrapa, lo que seduce y casi embruja de verdad de este pedacito de tierra, de este lunar en la infinitud azul y salada es la implacable sensación de impasse que te invade: de parálisis temporal, como que el tiempo, si no se detiene, sí se duerme, se tranquiliza, se amansa, se da un respiro a sí mismo en esta bendita combinación de latitud y longitud. De existir algún salto temporal, alguna gruta que dé definitivamente la razón a Einstein, la comunidad científica debería empezar a comprobarlo en este tesoro diminuto, callado, humilde y, pese a todo, grandioso de las Afortunadas.

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Por Álvaro Morales

Y es que viajar hasta Fuerteventura… quién dice Fuerteventura, venirse a las Islas con cierta frecuencia o, lo que es peor, vivir en ellas y no pasarse un día, quedarse una noche o acampar en este islote de ensueño es casi pecado. Venial, ateo y perdonable, si quieren, pero pecado. Sus playas de fina arena, sus impactantes vistas de Lanzarote y Fuerteventura, su deliciosa bahía, su famosa ola para surferos y el restaurante que regentan los familiares del antiguo farero, el último residente hasta 1968, suman demasiados atractivos como para no coger alguno de los barcos diarios que arriban a su pequeño brazo de mar, su famoso embarcadero, embarcaciones que, en su mayoría, proceden de Corralejo. Sin duda, un auténtico tesoro que en su día fue privado y que, como certificará para siempre su nombre, elegían los lobos marinos por algo. Qué suerte que desde hace mucho lo pueda disfrutar cualquiera. ¿A qué espera?

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Por Álvaro Morales

Desde que se pone pie en Lobos, y aunque la sensación de ruta turística resulta inevitable porque los flujos son continuos con cada barco, la libertad, quietud, sosiego y soledad cobran mucho sentido. Es más, enseguida se percata uno de que, salvo que se acuda en excursiones organizadas, allí solo decides tú. Dónde vas, a qué ritmo, dónde paras, te bañas, paseas o qué vistas deseas disfrutar. Hasta puedes comprobar que las pequeñas dimensiones del islote a veces confunden y rodearlo supone una excursión considerable a pie. Eso sí, los senderos en las trayectorias más asiduas están claramente marcados y llevan desde el Puertito a la playa principal. Un Puertito que enamora con sus aguas cristalinas y dormidas en sus piscinas naturales, su sol casi perpetuo, sus plataformas de madera para mostrar las virtudes al lanzarse al agua, sus pequeñas barcas y casas propias de infinidad de pueblitos perdidos del Egeo.

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Por Álvaro Morales

En esta ruta, los entrantes de mar y charcos se suceden, así como los veleros y otras embarcaciones privadas cuyos dueños, por supuesto, tienen  muy buen gusto y saben que hasta las perlas del Caribe encontrarían sobrados motivos de envidia si se pasan por aquí o le muestran postales de estas aguas empozadas, con otro tempo y vigor en pleno relax.

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Por Álvaro Morales

Aunque hay una pequeña cala previa, la principal playa de Lobos comparte con la referente de La Graciosa no solo ser la mejor sino su nombre: La Concha. Una playa situada a 10 minutos del Puertito, de casi un kilómetro, semicircular y que intensifica la sensación de relajación, sobre todo en bajamar. Sus limpias y serenas aguas parecen más propias de un tranquilo lago de altiplano o de un salto espacio-temporal impropio de océano tan bravo en buena parte del año. La Concha resulta ideal para comenzar la mañana y seguir luego con el recorrido a una isla casi salvaje, para pasarse todo el día en ella o apaciguar la tarde antes de volver en barco a las palpitaciones normales del reloj y la vida. Mientras, sus aguas semicalientes en verano, su sol inolvidable, su bahía protectora y su fina arena en muchas zonas, aunque también existen numerosas áreas volcánicas de un negro intenso que regala fotos para enmarcar, justifican de sobra cualquier pequeño impulso por irse hoy mismo. De hecho, y si lo piensa bien, está tardando ya.