Por Álvaro Morales

Los turistas que nunca han arribado a Canarias, sobre todo los del frío Norte europeo, no vinculan inconscientemente las Islas con playas de arena negra. Muchos piensan que esto es puro desierto, como el Sáhara: playas doradas e infinitas. Si ven fotos o vídeos con arena negra en sus agencias de viaje, por internet o en cualquier reportaje les repelen, les dan frio: no lo entienden. Solo ya en el Archipiélago, comprueban que son mucho más calurosas que las “rubias” si el sol irradia y es entonces cuando le dan el verdadero valor a esa mínima expresión de la condición volcánica de las Afortunadas. Es más, muchos se llevan muestras en botellas de plástico improvisadas de esos finos y pegadizos granos tan característicos e inolvidables, lo cual no es ni legal ni muy edificante pero sí elocuente. Si en alguna cala del Norte de Tenerife ocurre esto durante todo el año, principalmente ahora, en etapa invernal, es en la ya mítica aunque aún desconocida por muchos tinerfeños playa orotavense de El Bollullo.

Ubicada en el célebre paraje agrícola y protegido de El Rincón, de dos millones de metros cuadrados, en su mayoría de plataneras pero también de cepas de vino históricas como el malvasía, El Bollullo es la primera y más visitada cala de La Orotava. Sobre todo porque, a diferencia de sus “hermanas anexas” (El Pozo; la legendaria, alternativa, salvaje y nudista Los Patos y El Ancón), mantiene arena en gran parte de sus amplias dimensiones durante todo el año, incluso en los inviernos más duros, como ocurrió con el último y está pasando también con este.

El Bollullo se conserva casi igual que en la etapa preaborigen, guanche o posterior a la conquista. Salvo el acceso creado hace muchos años, el bar-cafetería que tanto atrae a los turistas y usuarios para aliviar los calores, los baños y una cueva en el acantilado utilizada por los más habituales para quedarse o preparar comidas, el resto es pura naturaleza virgen. No tanta como la de El Pozo, Los Patos o El Ancón, pero casi. Esto ha hecho que, al tratarse de la más cercana al Puerto de la Cruz, por ser una cala permanente y por la presencia de un bar, un restaurante encima y otro muy célebre a un kilómetro de distancia, se haya convertido en una de las metas más apreciadas por los turistas o residentes que se hospedan en zonas portuenses como La Paz, dado que existe un agradable paseo que discurre junto a plataneras, baja y sube un barranco y ofrece excelentes vistas de esta parte de la costa norteña. Todo un lujo para el amante de la naturaleza, el aire limpio y el sonido, olores y sabores puros del mar.

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Además, la existencia de diversos aparcamientos también atrae a muchos tinerfeños y surferos, que han ido cambiando Los Patos por esta playa precisamente por las mayores comodidades existentes y la arena asegurada.

Por lo demás, la cala resulta espectacular desde que se divisa desde la vía situada junto al acantilado. En verano y con marea vacía, sus dimensiones, como las del resto de playas de El Rincón, se agigantan. Si, encima, el mar está bueno, se convierte en un paraíso confirmado y completo difícil de encontrar en otra parte de las Islas con las mismas características. La bajada a su característica arena negra ofrece la opción de seguir hacia El Pozo y Los Patos, así como hacia el primero de los dos cabos que abrazan la cala, tanto la de grandes dimensiones, como la más pequeña. En este primer brazo robado al Atlántico, suelen prodigarse algunos bañistas que prefieren la roca volcánica, los charcos y los lanzamientos a mar abierto si las condiciones son idóneas. También son habituales los pescadores de caña.

Al bajar, el visitante  se topa primero con una pequeña playa que, a media que se cerca el verano, va ganando arena y tamaño hasta convertirse en una cala considerable en bajamar y con mar bueno. Otro pequeño cabo da pie luego a la playa grande (unos 700 metros de largo), que impresiona en pleno verano si el sol se hace notar y el oleaje se relaja. Suele ser una playa con mareas fuertes, aunque lo peor se da justo en la orilla Conviene tener en cuenta las banderas e indicaciones de los socorristas o del personal del bar. Eso sí, a poco que el mar lo permita, bañarse en sus aguas es más que un placer. Además, y en torno al bar, se sitúan cuatro araucarias y ocho palmeras también muy desconocidas que contribuyen a reforzar la sensación de paraíso.

A la izquierda, dos celebres roques. El de mayores dimensiones ya es legendario por aparecer en infinidad de fotos promocionales de las Islas o de empresas. Un poco más a la izquierda, el segundo cabo esconde charcos dignos de visita en verano y vistas hacia el Puerto, aparte de ser un lugar habitual para la pesca a caña y el marisqueo.

Si está buscando un oro negro que poco tiene que ver con el petróleo y que regala verdadero placer oceánico, no lo dude: El Bollullo es su sitio y, además, con garantía de arena y servicios todo el año.