Por Pablo Pérez Sosa

Siempre se nos ha inculcado la idea de entender el desayuno como el pilar base de nuestra dieta diaria. En muchos casos hacíamos de esta comida una especie de barra libre sin cabida a remordimientos posteriores pero, ¿y si en realidad esto no fuese así, y no fuera tan fundamental como teníamos entendido hasta ahora?

Aron E Carroll, periodista del periódico The New York Times desmiente este razonamiento, ya que afirma que el entendimiento de esta comida como algo cuyos beneficios superan nuestra imaginación, es el resultado de malinterpretar diversos estudios.

Por ejemplo, existe un estudio en el que se demuestra que las personas que se saltan el desayuno son más propensas a tener un ataque cardíaco, pero a su vez no se sabe si son fumadoras, si tienen antecedentes o si padecen cualquier malformación, aspectos que aumentan su probabilidad de sufrir estos ataques. No se trata de una relación de causa efecto, por lo que dichos resultados no son del todo correctos ni concretos.

En otro trabajo realizado por la revista American Journal of Clinical Nutrition, pusieron en duda otros trabajos en los que se relacionaba el desayunar mal con la obesidad, por si fuera poco, estos trabajos se citaban entre ellos, buscando ganar veracidad con la crítica del ajeno, por lo que por sí mismos se ponían en duda, además, por si no fuera poco, una de las compañías que financiaba dichas investigaciones era ni más ni menos que Kellog’s, ¿coincidencia no?

Si bien es verdad que el desayuno es importante en el sentido de comenzar el día con energías y, sobre todo romper con el ayuno que supone las horas de descanso nocturno, quizás no sea lo suficientemente importante como para suponer la ingesta más importante del día. Hasta hace poco se entendía que la leche era algo indispensable en nuestras vidas y ya sabemos que es algo innecesario a partir de cierta edad. ¿Quién dice que no ocurra algo parecido con la importancia del desayuno de aquí a unos años?